Si se tratara de la gestión profesional de una empresa, lo ocurrido en los últimos años en Cataluña sólo se podría calificar de desastre, y sus responsables estarían despedidos. Un plan, porque lo hubo, pero repleto de cambios sobre el terreno, de improvisaciones y de chapuzas, pero perverso y que ha abierto ahora una gran oportunidad. Quizá era el momento, el destino. Tal vez no quedaba otro remedio, en el transcurso de una crisis económica tan grave como la que se desató a partir de la crisis financiera de 2007 y 2008. La cuestión es que el independentismo puede generar una respuesta social y política plenamente democrática, seria, y que tenga en cuenta una idea anglosajona poco practicada en Cataluña desde la recuperación de la Generalitat: Accountability. Su traducción no puede ser exacta, porque el concepto, al practicarse poco, es casi desconocido. Pero lo ensayamos: responsabilidad, exigir cuentas, fiscalizar, no pasar de largo, no aguantar más. Es una oportunidad que los demócratas deberían agradecer y decir bien alto a los independentistas: ¡Gracias!

¿Por qué? Porque el nacionalismo no ha asumido que ha vivido sin apenas ese control democrático. Al revés. Considera que su movimiento es el democrático, con lo que se ha producido una disonancia cognitiva que plantea un problema a largo plazo. Sólo habrá alguna solución cuando se entienda que la situación anterior a 2012 no suponía ningún agravio, que no había derechos fundamentales vulnerados, que los problemas de gestión del día a día tenían solución, y que la Generalitat es una administración poderosa y que Cataluña tiene un autogobierno sólido que deriva de una Constitución aprobada por el conjunto del pueblo español. También por los catalanes.

Algunos expertos lo señalan con claridad. No se esconden. Los responsables políticos tienen más problemas, porque necesitan modular sus respuestas. Pero con la distancia fría de un profesor de Derecho Constitucional las cosas se muestran por sí solas. Uno de ellos es Josu de Miguel Bárcena, educado en el País Vasco, que llegó a Barcelona, curiosamente, el 11 de septiembre de 2012, y se encontró con la primera gran manifestación independentista. Era una Diada radiante, y De Miguel intentó captar todos los matices. Es profesor de Derecho Constitucional en la UAB, y coautor del imprescindible libro Kelsen versus Schmitt, una historia apasionante entre dos juristas que han marcado Europa en el siglo XX.

Apunta De Miguel que esa discusión entre España y Cataluña tal vez ya está superada y que los independentistas no se han dado cuenta. La razón es que muchos ciudadanos catalanes han abierto los ojos. Hay catalanistas, próximos al PSC e ICV, desbordados desde el punto de vista emocional. Que admiten ahora que no lo supieron ver. Pero que era impensable que una fuerza política como CiU decidiera suicidarse en beneficio de una aventura tan descabellada como un proyecto independentista desbocado. No lo supieron ver, y entienden que lo que se ha producido es una “gran traición”. El catalanismo, en su conjunto, ha quedado, por tanto, deslegitimado, porque desde el otro lado, desde esa intelectualidad española se señala con el dedo: “Sois los culpables, íbais de la mano con ellos”. Y rehacer esa corriente política, aunque es necesario, será difícil.

Lo que plantea De Miguel es que esos ciudadanos querrán revisar ahora la forma en la que el nacionalismo o el independentismo “han gestionado las instituciones autonómicas en los últimos años”. No querrán pasar página y ya está. Lo que intentarán es conseguir un nuevo pacto interno, y en ese proceso tal vez el nacionalismo se dejará algunas plumas.

Pero será un triunfo de la democracia. El nacionalismo no ha entendido que pasó su tiempo. Y que, en ese lapso, de hecho, ha llegado a triunfar. Colaboró con la gobernabilidad de España, participó en la modernización de todo el país, de una forma  poco comprensible, a golpe de votos cuando el Gobierno español los necesitaba en Madrid. Pero se hizo, y en Cataluña, al mismo tiempo, se presentaba una parte como el todo, y en nombre de Cataluña hablaba sólo el nacionalismo.

Con tiento, con sentido común, con prudencia, y con diálogo, con todo lo que se quiera, pero el independentismo, con una precipitación que nunca hubiera cometido el independentista de primera hora que siempre ha sido Jordi Pujol, ha provocado una ventana de oportunidad. Por ello, los demócratas deberían decir: ¡Gracias!