Antigua sede del Banco Urquijo en Madrid / GOOGLE

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Pensamiento

La banca industrial (4): el Hispano Americano y el Urquijo

Juan Lladó fue un pionero en la reindustrialización de España tras la guerra civil, convirtiendo una pequeña entidad en un coloso de las finanzas y la industria

3 marzo, 2019 00:00

En julio de 1984, el entonces gobernador del Banco de España, José Ramón Álvarez Rendueles, dio por terminada la crisis bancaria iniciada en los setenta. Pero se olvidó de decir que solo se refería a los bancos medianos y pequeños; faltaban los grandes, especialmente el Hispano Americano, una entidad de gran tamaño que controlaba los destinos del Banco Urquijo con una participación del 12% del capital. El Urquijo, definido por los expertos como el banco que más hizo por la industria española en el siglo XX, tenía una segunda marca catalana, el Banc Urquijo Català, dirigida por el empresario Fèlix Escalas i Xamení, impulsor del mejor Servicio de Estudios del sector, bajo la responsabilidad de Ramon Trias Fargas, catedrático de Economía Política y destacado dirigente de Convergència Democràtica de Catalunya.

La estrecha relación entre el Hispano Americano y el Urquijo se remonta a 1944, año del  llamado Pacto de las Jarillas --realizado en una antigua propiedad de los Urquijo, cercana a Madrid-- donde el núcleo duro del grupo financiero (los Urquijo, Oriol, Echevarría o Churruca junto a otros apellidos de linaje aristocrático) decidió encomendar la actividad comercial al Hispano y, paralelamente, ordenó al Urquijo poner en marcha una corporación industrial de empresas participadas. Mucho después, en 1983 y coincidiendo con la actividad del primer Gobierno socialista (expropió Rumasa y ordenó al Banco de España la intervención de Banca Catalana), el ministro de Economía, Miguel Boyer, trató de poner en cintura al Urquijo. El antiguo banco de familia reconvertido había realizado inversiones industriales de gran calado, muchas de ellas fallidas,  y corría el riesgo de entrar en quiebra, a pesar de tener en su activo un auténtico arsenal de bienes raíces pignorados.

Fue Mariano Rubio, entonces subgobernador del banco emisor, quien impuso la solución de fusionar al grande con el pequeño para enjuagar el agujero patrimonial del Urquijo en el balance del Hispano Americano, presidido por Luis Usera. En medio de la operación que calculaba los netos patrimoniales de ambas entidades, la autoridad monetaria detectó debilidades en el Hispano que le convertían en un gigante con pies de barro. El exministro de UCD Alejandro Albert pasó a desempeñar la presidencia bajo la mirada atenta del interés público, encargado al exministro de Cultura y expresidente de Telefónica, Luis Solana. Albert no pudo con el agujero del Hispano y el Banco de España responsabilizó a Solana de aquel fracaso, en el que influían, de alguna manera, las luchas de poder en el seno de una UCD en descomposición y entre los mandos del mundo socialista. Una vez encaramado como gobernador del Banco de España, Mariano Rubio nombró a Claudio Boada (expresidente del INI) presidente del Hispano, con el encargo de robustecer su salud patrimonial incorporando en su seno al Banco Urquijo y a Bankunión (Unión Industrial Bancaria), dos de las perlas del modelo de banca industrial, que necesitaban sanear sus maltrechas carteras. España salía de una etapa de altas inflaciones, de tipos de interés siempre crecientes y del aumento alocado de la acumulación bruta de capital, tanto en el sector público como en el privado. La economía nacional se enfrentaba además a enormes reconversiones de sus cabeceras siderúrgicas, como Altos Hornos de Bilbabo y de Sagunto, con una contabilidad nacional avanzando a marchas forzadas para cumplir la promesa de crear 800.000 puestos de trabajo tal como lo anunció el entonces ministro de Industria, Carlos Solchaga.       

Cuando la sociedad entraba en 1984, el fin de la crisis financiera se hizo notar entre los inversores. El año con el que George Orwell (autor de Homenatge a Catalunya, publicado en plena guerra) nos inició en un final de los tiempos apocalíptico resultaba ser el más prometedor. El Urquijo se había estrenado como auténtico banco de clientes cuando estalló la guerra civil española. Sus accionistas, los Urquijo, huyeron a zona nacional dejando al financiero y jurista Juan Lladó Sánchez-Blanco como máximo responsable del banco. Al terminar la guerra, Lladó fue detenido por las tropas franquistas y, al amparo de la Ley de Responsabilidades Políticas, condenado a doce años de prisión acusado de colaborar con el régimen republicano. La intermediación de la familia Urquijo y de su suegro, el general de artillería Ramón Fernández-Urrutia, consiguen su indulto al cabo de un año. Lladó refundó la entidad, la puso al día y alternó su profesión de banquero con su vocación de humanista. Creó la fundación homónima vinculada a la banco, al tiempo que fundó la Sociedad de Estudios y Publicaciones, la plataforma editorial en la que Ramón Tamames  publicó Estructura económica de España, Ramón Carande investigó su obra sobre Los banqueros de Carlos V, y que animó al regreso del exilio a Ramon Trias Fargas, colaborador habitual de la sociedad y de sus publicaciones. Editorialmente, Lladó creó y lanzó al mercado la revista Moneda y Crédito, un papel de enorme prestigio intelectual, rodeado de técnicos comerciales del Estado (la escudería de los enarcas hispanos) y de los mejores espadas del Banco de España, como Varela Parache, Pepe Barea, Luis Ángel Rojo, Lluc Beltran, Joan Sardà o Fabián Estapé.

Así, un banco de familia del ochocientos, tocado por el celofán de los rancios gentilicios y protegido por la autocracia nacional-católica de los años del hierro, se convirtió en un nido de intelectuales, estrategas y emprendedores de primera línea. Puede decirse que aquella Sociedad de Estudios anticipó el rol de los think tanks actuales; fue la primera institución civil en la que la inteligencia pegada a las responsabilidades de Estado se interrelacionó con el mundo empresarial privado, sin exclusiones ideológicas de ninguna clase. Lladó se adelantó al Círculo de Economía, creado en Barcelona por la generación de Ferrer Salat, Mas Cantí y Güell de Sentmenat, para mostrar el camino de fusión entre pensamiento y empresa, seguido por economistas, como Narcís Serra, Ernest Lluch o Pasqual Maragall, junto a empresarios sólidos como Joan Molins o José Manuel Lara Bosch; un río que en su plenitud ha desembocado en figuras como Antón Costas, Josep Piqué o Juan José Brugera.  

Lladó, hijo de un político vinculado al conde Romanones, se anticipó en el análisis y acertó en la idea de reindustrializar España. Fundó en 1949 la Compañía Española de Penicilinas y Antibióticos (aquella farmacológica que hizo fama y fortuna años después, tras su adquisición y venta por parte de Mario Conde y Juan Abelló) o la Sociedad Española de Automóviles, Seat, pulmón de la metalúrgica nacional. Fue Lladó quien acordó frabricar coches con la Fiat italiana y quien despejó la incertidumbre de futuro cerrando el primer acuerdo con el Consorcio Volskwagen. Puso en pie la auténtica industria española de posguerra; internacionalizó la economía en sus acuerdos con multinacionales y colaboró estrechamente con el INI (Instituto Nacional de Industria del antiguo régimen) para relanzar en los mercados abiertos empresas públicas fallidas. Todo lo diseñó desde el Urquijo, aquel banco menor de los marqueses, convertido en coloso de las finanzas y la industria, pero marcado al fin por su cortísima madurez.