Laura Borràs cree que tiene impunidad penal. La que no tenemos ni usted ni yo. La todavía presidenta del Parlament, a la que se retiraron derechos y deberes no porque se vulnerara su presunción de inocencia sino porque el reglamento de la Cámara catalana así lo ordena, se sentará en el banquillo la misma semana que el llamado “estafador del amor”, que se dedicaba a dejar sin blanca a sus enamoradas. Ella afirma que su amor a la independencia de Cataluña es la verdadera causa de su procesamiento, y no la estafa al erario que se nutre del dinero que pagamos todos los catalanes. Es decir, que ese argumento absurdo según el cual los secesionistas son perseguidos por su ideología, sea cual sea la naturaleza de su delito, esconde un oxímoron. Pues no se puede amar a Cataluña y estafarla al mismo tiempo.
El juicio de Borràs arrancará este viernes entre vítores de su partido, Junts per Catalunya (JxCat), y el ninguneo de ERC y CUP, formaciones que han marcado distancias, y de qué manera, de la supuesta corrupción de la dirigente neoconvergente. Su estrategia de defensa ha sido, hasta el momento, negar la mayor, esto es, quitar legitimidad a los tribunales que deben dictar sentencia, pues afirma que todo es fruto de una persecución, de una conspiración contra su persona por ser –de nuevo— independentista. Tiene como abogado a Gonzalo Boye, quien en un perfecto castellano –“si es que no puede ser que el uso del catalán en la Justicia sea tan minoritario”-- ha defendido antes a Carles Puigdemont y Quim Torra utilizando argumentos más políticos que jurídicos. Y así les va a sus representados.
También se puede calificar de “estafador del amor” al policía infiltrado en movimientos antisistema y que se encamó con varias activistas. No sabemos qué promesas, susurros al oído y demás zalamerías prodigó esta especie de James Bond patrio, pero las resoluciones judiciales serán muy interesantes. Sobre todo en estos momentos de debate sobre el consentimiento en los casos de abusos sexuales. Hace tiempo que los tribunales dictaminaron que no es necesaria una oposición heroica de la víctima para dictaminar que hubo violación. Reforzar esa doctrina es necesario, a la vista de quienes todavía se muestran exigentes respecto a la resistencia de las agredidas. La ley del solo sí es sí apuntaba en esa buena dirección, pero su chapucera elaboración y el empecinamiento ideológico de Unidas Podemos han emborronado ese objetivo.
Otra cosa es calibrar si hubo consentimiento por parte de las víctimas del espía españolazo. Los jueces deberán determinar si el Estado se extralimitó en sus funciones de velar por la prevención del delito, algo más plausible, o si mentir para yacer con una persona es abuso sexual. Ahí se abre un amplio abanico de posibilidades, incluso para las embaucadas por el “estafador del amor”, que se hacía pasar por un reputado cirujano, inversor, abogado o hijo de una familia pudiente de Barcelona para tener relaciones sentimentales con mujeres y pedirles elevadas sumas de dinero con el compromiso de devolvérselo. Una promesa que nunca se materializó, como explica Sara Cid en Crónica Global.
Laura Borràs también se siente embaucada, en su caso por un Estado del que quiere separarse y que, asegura, la juzga por su condición de independentista. La coartada, en su caso, no cuela. La presidenta de Junts se sienta en el banquillo por una mala gestión, por abusar de su condición de alto cargo responsable de las cuentas que maneja. Por beneficiar a sus amigos --los que ahora pactan con la fiscalía, ayns-- con contratos fraccionados. Por estafar a los catalanes que pagan impuestos para obtener a cambio un buen servicio de sus gobernantes. Esos son los hechos imputados y que el ministerio público deberá demostrar. Lo demás son delirios de un amor mal entendido hacia Cataluña. Lo de Borràs no es amor, es obsesión.