Las asociaciones de magistrados, como Jueces por la Democracia y Francisco de Vitoria, piden la dimisión de Irene Montero, ministra de Igualdad. La Fiscalía del Estado no lo dice, pero lo piensa. Y en respuesta, la propia ministra eleva el tono: “no moveré ni una coma” de la ley orgánica de garantía integral de la libertad sexual, la llamada ley del solo sí es sí. Estamos listos; otro callejón sin salida de Podemos, siempre contumaz en el tono y la desmedida. Como ha ocurrido en anteriores ocasiones, los enfrentamientos en el seno del Gobierno de coalición se desbordan. Desde las filas de Mujeres Socialistas -dos internacionalistas de calado, como Purificación Causapié o Maria Dolors Renau, la impulsaron- el feminismo reformista también quiere desbancar a Montero. Las grietas jurídicas de la ley han provocado un montón de sentencias que reducen las penas en caso de agresión sexual, en contra de la filosofía del reglamento, que aprobaron el Gobierno y el Congreso. La filosofía de la Ley no es punitiva, pero sus autores se quejan de que los jueces reduzcan las penas ¿Cómo se entiende?
El Ministerio de Igualdad olvidó incluir una disposición transitoria que prohibiese la revisión de las penas a los condenados a los que la ley actual les fuese más favorable que la anterior, tal como establece el Código Penal. Y en medio del tecnicismo aparente, estalla la bilis de Montero: los jueces reducen las condenas a los agresores sexuales porque realizan “una interpretación machista de las leyes”.
A lo largo de la semana, la diplomacia de las togas ha dejado de lado su prodigiosa capacidad de obviar aquello que la señala. La tensión latente se podía cortar con un cuchillo en la inauguración del VIII Congreso del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género, celebrada el pasado jueves en la antigua sala de sesiones del Senado, con la presencia del fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz y el presidente del Consejo General del Poder Judicial, Rafael Mozo, junto a la ministra de Igualdad. Caras serias; los magistrados afirman que respetan al Legislativo, sede del espíritu de la ley, mientras la ministra, por su parte, ofrece su perfil y alimenta una disrupción innecesaria.
¿Tiene ideología la Ley del solo sí es sí? Pues le convendría reducir el deber ser -el argumento que está incluido en la premisa- en beneficio de la compasión mostrada en la redacción de un precepto escasamente punitivo. La Ley suprimió la distinción entre agresión y abuso sexual para considerar como agresiones sexuales todas aquellas conductas que atenten contra la libertad sexual sin el consentimiento del otro. El mismo reglamento impone límites a las penas y precisamente por esta rendija se están revisando muchas sentencias. Los violadores viven, de momento, en los intersticios de un fondo poco claro, sobre el que pronto dictará jurisprudencia el Supremo, al tiempo que la Fiscalía promete revisar todas las sentencias que disminuyan la pena. La ley del solo sí es sí fue refrendada por las Cortes --sin el voto de PP y Vox, ni que decir tiene-- pero sus brechas abren las puertas de la impunidad. Podemos erre que erre: Ione Belarra, Pablo Echenique, Lilith Vestrrynge y Victoria Rosell cierran filas y se tapan los oídos.
Pero si la Ley está mal, corríjase, sin dar más pie a Irene Montero, cuya vehemencia contra los magistrados esconde su excusatio non petita ¿Tan difícil es reconocer un error? El propósito de enmienda no se puede ocultar detrás de ningún velo. La Ley representó un salto cualitativo importante, y sin embargo su nacimiento chapucero ha acabado provocando un enorme vacío, que de paso incendia ahora el debate sobre el fin de la sedición en el laberinto del Congreso.
Las víctimas han denunciado los abusos con valentía porque confiaron en la Justicia, pero las mujeres atacadas siguen siendo las perdedoras. Sin embargo, sus victimarios, los violadores, salen ganando en la confusión.