“Era lo habitual” es uno de los argumentos de defensa de Laura Borràs en su juicio por corrupción en su etapa al frente de la ILC. Está acusada de fraccionar contratos de manera que, por las cantidades requeridas, esos procedimientos no hacía falta que salieran a concurso y podían adjudicarse a dedo, curiosamente siempre a su (ex)amigo Isaías Herrero. Es evidente que no iba a reconocer ningún delito en sede judicial y que iba a cargarle el muerto a otro, en este caso a sus subordinados, que eran los que tenían “experiencia” en estos asuntos, en estos trapis, como los llamaba Herrero. Pero lo que debería entender la presidenta de Junts es que, sea culpable o no, el desconocimiento de la ley no te exime de cumplirla, que es lo que parece que sugiere con sus alegatos.

Tampoco parece muy atinada Borràs con los escuderos elegidos para su causa –y no me refiero a Boye y Elbal, aunque podría–, sino a la expresidenta del Parlament Núria de Gispert. La yaya xenófoba ha hecho realmente una curiosa defensa de la encausada al afirmar en una entrevista que eso de trocear contratos “todos lo hacían” para “no sacarlos a concurso” –y adjudicarlos, se entiende, a los amiguetes de turno–; “a veces tenía explicación, pero otras no”. Ella no denunciaba, se lo callaba, la muy sinvergonzona, porque “las leyes no eran claras”. Mucho menos claras que su descaro, es evidente. Pero ese “todos lo hacen” también es la justificación de ciertos adultos para con los niños.

Lo vemos en dos lamentables episodios que han ocurrido recientemente en esta tierra y que conciernen a tres adolescentes: uno se ha suicidado y otros dos lo han intentado. Detrás de la merma de la salud mental de estos chavales que justo empiezan a vivir se esconden, seguro, múltiples factores, pero hay uno determinante: el acoso, ahora llamado bullying, porque el inglés debe impactarnos más. “Son cosas de críos”, criticaba en días pasados Ramón de España sobre la actitud de los adultos ante estos hechos que siempre han existido. Y, si bien es cierto que la sociedad está tomando algo de conciencia al respecto, hay todavía mucho por hacer. Sin ir más lejos, el AMPA del centro de La Ràpita donde estudia uno de los chicos que han querido quitarse la vida sostiene que estos episodios de mofas, insultos e intimidaciones son “inevitables”, cosa de la “crueldad infantil”. Estamos empezando marzo, pero que le den ya el premio al papá del año.

En resumidas cuentas, bajo las coletillas de “es lo habitual” y “todos lo hacen” algunos creen que todo les está permitido, que todo vale, que todo es normal. Y, lo que es peor, hay quienes se ponen en su lugar y reconocen que si tuvieran esas responsabilidades –ahora me refiero a la Administración– también meterían la mano. Por fortuna, la mayoría está dejando de ver normalidad en ciertas prácticas, pero, al tiempo que despierta la conciencia, la ciudadanía parece adormecida, porque poco más hace que observar. Menuda paradoja.