El diputado de Junts pel Sí Germà Gordó quiere y no puede. Le gustaría ser el nuevo hombre fuerte de CDC, pero antes también hubiera deseado sustituir a Artur Mas en la presidencia de la Generalitat. El último consejero de Justicia de la etapa convergente tiene un bajísimo perfil público, pero conoce bien el aparato del partido después de haber sido durante unos años su gerente.

En Gordó se reúnen el quiero y no puedo, el vol i dol catalán. Llegó a postularse ante Madrid y ante los poderes fácticos –económicos, pero también de otra índole– como el salvador del nacionalismo moderado y el hombre capaz de corregir la pasada de vueltas de Mas con el independentismo.

Le gustaba de forma especial prodigarse en pequeñas capillas y grupos de presión. Se decía conocedor del corazón de su formación política y, en consecuencia, durante un tiempo fue visto por algunos como una alternativa. Hasta que, según él mismo confesó a sus acólitos, hizo un par de declaraciones políticas inopinadas. Sin ir más lejos en la última edición de la Universitat Catalana de Prada se refirió a los Países Catalanes como la aspiración máxima del independentismo. No soliviantó únicamente a los catalanes contrarios a esas tesis, sino que consiguió que valencianos y aragoneses (hasta posiblemente algún francés) mirara con total preocupación el proceso soberanista catalán. Luego se justificó en clave interna, pero el daño estaba perpetrado.

Gordó es silente, discreto y obsesionado con su seguridad, con las comunicaciones y con cualquier riesgo que le pueda poner en entredicho como líder. Parece razonable en alguien que ejerce un cargo público de alto nivel, pero es contradictorio con sus salidas de tono públicas o con las voces con las que consiguió que Mas le introdujera a última hora y sin ninguna fe en la candidatura de Junts pel Sí.

El ex consejero de Justicia no quería quedarse fuera del Parlament. No sólo por la mengua económica y de rango social que supone, sino también por la protección jurídica que proporciona la condición de aforado. Lo sabe bien su esposa, Roser Bach, una de las personas que integra el Consejo General del Poder Judicial; el ámbito de relaciones personales del matrimonio pertenece a esa dimensión. Por ese conocimiento y por la sospecha que posee de estar en alguna de las investigaciones que rodean a su partido quiso garantizar su máxima protección.

Mas no lo quiere de secretario general. Gordó aspiró a ese cargo, pero no contó con que El Astuto tomara las riendas de CDC tras salir centrifugado de la presidencia de la Generalitat. Y la primera medida de Mas en esa nueva función es dejar a un lado a Gordó y confiar en Francesc Sánchez, que asistido por Lluís Coromines y Francesc Homs, gozan de mayor confianza del ex presidente.

Gordó sólo tiene ya una oportunidad de supervivencia política: mantenerse aún más en silencio que hasta la fecha. De nada le han servido sus artimañas para alcanzar el liderazgo en CDC, como también han sido inútiles sus intentos de influir en este medio o en un servidor para que dejemos de explicar lo que finalmente ha sucedido. Teníamos razón, y él lo sabe.