Las elecciones generales de este domingo dan pie para algunos apuntes y un par de conclusiones.

Ganar las comicios nuevamente no es consuelo suficiente cuando pasas de 123 a 120 escaños, el bloque de izquierdas pierde 9 diputados (de 166 a 157) y las opciones para formar gobierno se reducen. Mal negocio de Pedro Sánchez.

Aunque peor ha sido el negocio de Albert Rivera. Con los resultados del 28A podía haber marcado la política nacional durante cuatro años, exigiendo a Sánchez mayor contundencia frente al nacionalismo catalán. Ahora Cs es (casi) irrelevante, y la miopía política le ha costado a Rivera la cabeza. Al menos, hay que agradecerle su honradez y ejemplaridad al asumir responsabilidades con una dimisión inmediata --algo que muchos veían improbable--.

Todo apunta a que la caída de Unidas Podemos responde a que el electorado también hace responsable de la repetición electoral a Pablo Iglesias, pero ha aguantado el tipo al perder solo 7 sus 42 asientos.

Casado mejora pero menos de lo que esperaba (algunas encuestas auguraban 100 escaños y se ha quedado en 88). Se ha quitado la competencia de Rivera pero esta ha sido sustituida por la extrema derecha de Abascal. Mal asunto.

En todo caso, tampoco parece que el bipartidismo se pueda dar por muerto tras el 10N. En 28A, PSOE y PP sumaron el 45% de los votos. Ahora, el 49%.

En Cataluña, el independentismo sube un escaño (de 22 a 23, de los 48 en juego) y tres puntos porcentuales (del 39% al 42%). Es cierto que los antiindependentistas han perdido un escaño (de 19 a 18) y dos puntos (del 43% al 41%), pero los terceristas que auguraban que la sentencia del procés dispararía el secesionismo hasta cotas insospechadas e insoportables han errado. Con todo el ruido, los separatistas han repetido los 1,6 millones de votos que cosecharon el 28A, lejos de los míticos “dos millones”.

Mención especial merece el ajuste interno del bloque nacionalista. ERC mantiene la hegemonía pero pierde dos escaños y dos puntos, mientras que los más radicales --aunque resulte, sin duda, excesivo considerar a los de Junqueras como menos radicales que JxCat y la CUP-- se refuerzan ligeramente: la formación de Puigdemont gana un escaño y los antisistema se estrenan con dos.

Así las cosas, solo emergen cuatro alternativas a nivel nacional: un acuerdo del PSOE con Unidas Podemos, el PNV y ERC; un movimiento a la desesperada de lo que queda de Cs; algún tipo de pacto entre el PSOE y el PP, o repetir elecciones.

La primera opción --el denominado Gobierno Frankenstein-- se antoja complicada para Sánchez. La presencia de personajes como Jaume Asens --que asesoró a Puigdemont y a Comín para evitar la justicia escapando al extranjero tras la DUI-- no facilita las cosas con Unidas Podemos. Y no olvidemos que ERC fue quien tumbó el Gobierno de Sánchez en enero pasado al oponerse a los presupuestos, avala las acciones violentas del Tsunami Democràtic --investigado por la justicia como presunta “organización criminal”-- y ha dejado claro esta campaña cuáles son sus condiciones para el “diálogo”: amnistía de los condenados por sedición y referéndum secesionista.

Una segunda opción pasaría por un acuerdo de PSOE (junto a Más País) y Unidas Podemos con la participación de PNV, CC, BNG, PRC y Teruel Existe (170 diputados), además de la abstención de los diez diputados de Cs --a cambio de alguna contrapartida que les permitiera renacer-- y de los cinco de Bildu --con Navarra como recompensa—. Eso dejaría sin capacidad de bloqueo a PP, Vox, ERC, JxCat, CUP y Na+ (165). Sería una derivada del planteamiento anterior.

Un entendimiento entre PSOE y PP tampoco es tarea sencilla. Son adversarios naturales y muchos de sus votantes no están por esa labor. Pero ambos son partidos homologables a las formaciones de centro izquierda y centro derecha europea. Y la ocasión --cuatro elecciones en cuatro años y un nuevo escenario de bloqueo-- invita a alcanzar algún tipo de pacto de Estado como ha ocurrido en otras democracias de nuestro entorno. Cualquier acuerdo de este tipo --gran coalición con Sánchez de presidente o con un socialista bien visto por la derecha; apoyo externo del PP a un Gobierno socialista, o que el PP facilite la investidura de Sánchez sin más compromisos, de momento-- exigiría triunfos a ambos partidos para cubrir sus flancos: Sánchez necesitaría tener las manos libres para aplicar políticas claramente de izquierdas y Casado debería recibir garantías de que se combatirá el nacionalismo catalán con una intensidad inédita hasta ahora. Además, hay que recordar al PP que el PSOE facilitó la investidura de Rajoy en octubre de 2016.

No parece razonable que el PSOE sea capaz de pactar con ERC y Podemos pero no con el PP. Ni que los populares puedan hacerlo con Vox pero no con los socialistas.

Aunque vista la cerrazón de algunos líderes, tal vez estemos abocados a unas nuevas elecciones... o a que se alargue el Gobierno en funciones sine die.