Noticias de la nueva normalidad: las estatuas son malas y el cine, también. ¡Qué mal les está sentando a algunos esto de las restricciones por el coronavirus!
Es notorio que las limitaciones de la libertad han dejado a mucha gente subiéndose por las paredes y, en algunos casos, con demasiado tiempo para pensar. De ahí este movimiento incipiente que, aprovechando la oleada de protestas en todo el mundo por el asesinato racista de George Floyd, ha comenzado a arrancar estatuas de esclavistas y conquistadores.
Ha ocurrido con la escultura del traficante de esclavos del siglo XVII Edward Colston, en Bristol, que terminó en el agua del puerto. Con las figuras de Cristóbal Colón en Boston (decapitada) y en Virginia (acabó en el fondo de un lago). Y con varias reproducciones de Leopoldo II de Bélgica por su papel durante el colonialismo. Esas han sido las peor paradas, pero hay otras en la lista. Y las autoridades se plantean ahora quitarlas todas, así como cambiar nombres de calles para que nadie se ofenda. En Barcelona, algunos ya destrozaron la figura ecuestre de Franco en una polémica exposición temporal en El Born.
Vamos, que la culpa de que haya tarados en el siglo XXI es de las prácticas deleznables que algunos personajes realizaban hace centurias (como si ahora no hubiera maldad). ¡Pues mal vamos! ¿No será que están fallando los valores y la educación en general? La cuestión es que esos actos van más allá del vandalismo y de querer cambiar el mundo a la remanguillé. Pretenden borrar la historia que no les gusta. Ojos que no ven… Y eso es muy peligroso, porque nos encamina hacia el pensamiento único, sin crítica, al tiempo que sin referencias del pasado es más fácil caer en los horrores de antaño.
El asunto va más allá, porque tal vez no se trata ya de borrar el pasado, sino de imponer otro. Está claro que la historia la escriben los vencedores, pero tantas faltas tiene el relato oficial por omisión como el que quieren instaurar los vencidos. Basta con observar el caso independentista, un movimiento construido desde el victimismo y la mentira, con matices y modificaciones de los hechos históricos desde que el mundo es mundo con el único fin de convencer al personal de lo malos que son unos y lo buenos y especiales que son otros.
En Barcelona y en Madrid, los gobiernos del cambio hace tiempo que están removiendo el pasado con un nuevo nomenclátor para eliminar todo rastro de maldad y pensamiento opuesto. ¿Todo? En el caso de la capital catalana, el equipo de Ada Colau retiró la estatua del marqués de Comillas, Antonio López, por “negrero”. El mismo ayuntamiento borró el nombre de la calle dedicada al almirante Cervera por “facha”, aunque fue un liberal que murió antes de que surgiera el fascismo, al tiempo que mantuvo otros tan o más discutibles. También retiró el nombre de Juan Antonio Samaranch de un pedestal por su pasado “franquista”. Pero le mantiene un espacio al racista Sabino Arana.
Por cierto, esta semana es un horror para la cultura. Nos han dejado Pau Donés y Rosa Maria Sardà, mientras HBO ha decidido que retirará Lo que el viento se llevó por racista. La repondrá con notas que aclaren el contexto histórico en el que se realizó la oscarizada obra. No es la única memez de los últimos días. Los Looney Tunes eliminan las armas de fuego de sus dibujos para no ser una mala influencia para los niños, pero las sustituyen por guadañas y mantienen explosiones por dinamita. ¿En este punto estamos? Sí, en este peligroso punto.
Está bien que se reflexione sobre ciertas cuestiones, como la presencia de algunas estatuas o nombres, pero no es prioritario ni vital en los tiempos que corren. Si seguimos así, pronto surgirán movimientos que pedirán la demolición del Coliseo por ser escenario de sanguinarias luchas de esclavos. No se trata de eliminar el pasado, sino de aprender y mejorar a partir de él. La ignorancia y la mediocridad se abren paso en el peor momento.