“La vida siempre te da dos opciones: la cómoda y la difícil. Cuando dudes elige siempre la difícil, porque así siempre estarás seguro de que no ha sido la comodidad la que ha elegido por ti”. La sentencia no es de ningún filósofo o pensador relevante. Su autoría es más prosaica y, sobre todo, política. Quien decía apostar por la incomodidad para sentirse dueño pleno de sus actos no era otro que Adolfo Suárez, quien lideró el Gobierno de España en los complejos momentos de salida de la dictadura franquista.
En la Barcelona que piensa y maneja opinión pública existe un insistente runrún sobre cuál debe ser la alternativa al liderazgo de la ciudad. Lo que más consenso produce es el efecto dañino que supone la tenebrosa etapa de gobernación de Ada Colau y su equipo de Barcelona en Comú. Será en mayo de 2023 cuando tendrán lugar de nuevo elecciones municipales y la capital catalana se convierte en una de las plazas más simbólicas de esos comicios.
La alcaldesa buñuelo es probable que se fabrique unas normas a medida que le permitan volver a competir por la ciudad que gobierna, aunque para ello contravenga los pactos de permanencia de su formación, aquellos que eran utilizados para presentarse como una forma nueva y distinta de ejercer la política. La memoria es frágil y conviene recordar que Colau ya no fue la candidata más votada en 2019. Ese privilegio le correspondió a Ernest Maragall, al frente de una candidatura de ERC. Eran todavía los tiempos duros del procés y una parte de la ciudad votó en clave independentista. Fue un pacto triangular de los socialistas y Manuel Valls el que mantuvo a la alcaldesa en la presidencia de la corporación. Entonces imperaba la conjura del riesgo nacionalista para impedir que la principal urbe catalana se transformase en una herramienta más del soberanismo.
Sobre aquel pacto han existido múltiples abjuraciones en los tres años últimos. El sectarismo de los comunes, su revanchismo populista y, como corolario, la fijación por convertir Barcelona en una ciudad amorfa es la consecuencia real de un acuerdo que se definía por oposición al nacionalismo, pero que resultaba incapaz de diseñar un proyecto para la capital con capacidad para resituarla y competir con las grandes urbes europeas.
Jaume Collboni es el candidato de los socialistas catalanes para acometer el abordaje a la nave del populismo de Colau. No hay más debate, en esa decisión están alineados el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la dirección del PSC. Salvo alguna novedad accidental, los nombres de Miquel Iceta, Maria Eugènia Gay y del propio Salvador Illa deben despejarse de la ecuación. Collboni conoce la ciudad, en la que lleva tiempo ocupado como gobernante segundón a la sombra de Colau.
El único cambio que se intuye de aquí al acontecimiento electoral del próximo año pasará por elevar el discurso propio y diferencial del candidato socialista y rezar, rezar a cualquier deidad posible para que el entorno español de intención de voto no resulte desfavorable para los intereses de ese partido y Collboni resulte el candidato con más votos y concejales. Luego ya vendrán los pactos y las alianzas. El PSC considera que su marca pesará mucho en la ciudadanía. Más, incluso, que la cabeza de cartel. De ahí que Illa insista, por activa y por pasiva, en presentar a su organización como una formación de orden, pactista y dispuesta a que tanto Barcelona en singular como Cataluña en plural recuperen el tiempo perdido en la última década.
Este fin de semana se ofició la consagración de Collboni dentro de su partido, para que todos aquellos que pedían un relevo entiendan que la decisión es inamovible. Una forma de plasmar internamente que lo que corresponde en los próximos meses es apoyar al candidato con objeto de que resulte capaz de arañar apoyos en las filas de votantes republicanos, nacionalistas moderados y entre aquellos que apoyaron en 2019 la iniciativa de Valls junto a Ciudadanos.
De las opciones que Illa tenía sobre la mesa ha preferido la difícil, parafraseando a Suárez. Ante las peticiones recibidas para que sustituyera al candidato, tanto dentro como fuera de su partido, el primer secretario de los socialistas catalanes optó por enfrentarse a la comodidad y desatender ese clamor. Collboni será el candidato del PSC a la alcaldía de Barcelona. Los fabuladores pueden seguir con las apuestas, pero la organización ha clausurado el debate: no va más. Es el elegido.