Con la intención de lograr que Ada Colau gobierne Barcelona a partir del 28 de mayo de 2023, su partido, Barcelona en Comú, ha iniciado una campaña estratégica para reconstruir la maltrecha imagen de la lideresa ante la cita electoral. Una de las primeras actuaciones es editar un libro en el que intenta resumir sus argumentos políticos.
La obra se titula Ciudades sin Miedo, políticas municipalistas en acción y permite vislumbrar cuál será la línea argumental de Colau. En primer lugar, la defensa; una justificación de su obra, presentándose ante el electorado como una víctima, una mártir de los poderes que no entienden su visión de la política municipal. La segunda es reclamar el poder en la sociedad de eso que llaman la nueva izquierda.
Entre los déficits de Colau y sus compañeros de aventura en Barcelona en Comú destaca la ausencia de cultura política y el mínimo interés por la historia reciente. Ya le pasó a su compañero madrileño Pablo Iglesias, que en su debut parlamentario en el Congreso dio a entender que con ellos comenzaba todo. Hasta la fecha, sostenía, todo había sido un mal régimen, un pésimo sistema democrático. Vamos, que su forma de proceder taparía la ciénaga de la política española. Años más tarde ya hemos visto su aportación.
La alcaldesa buñuelo debiera evitar determinadas expresiones después de ocho años al frente de la corporación barcelonesa. Alcaldes valientes fueron aquellos que en 1979 se hicieron cargo de los ayuntamientos y los sacaron del letargo franquista en el que residían. Aquellos que en Barcelona o en su área metropolitana dotaron a los municipios de las infraestructuras y servicios básicos inexistentes. Los que impulsaron proyectos colectivos como unos juegos olímpicos u otros hitos. Eso sí permitía mejorar la vida de sus ciudadanos desde la administración más próxima. En algunos casos asumiendo incluso competencias sociales que correspondían a la Administración autonómica, cuando Jordi Pujol pensaba que era más importante la construcción de una nación que el bienestar de sus nacionales.
Aquellas sí eran ciudades sin miedo. Y sus concejales y alcaldes eran, además, valientes de verdad. Muchos de ellos de una izquierda razonable y disruptiva que luchó desde el asociacionismo obrero o los movimientos vecinales por hacer más humanas las localidades que les tocó gobernar. La transformación urbanística y social en los municipios de España fue tremenda durante los años 80 y los 90. Casi nadie reivindica a aquellos ediles que hicieron auténtico municipalismo sin el ansia de reconocimiento que tienen hoy Colau y los suyos.
Si de verdad la Barcelona colauita fuera una ciudad sin temores hubiera empleado sus energías y recursos en resolver los problemas reales. A saber: vivienda, seguridad y limpieza, entre los principales. Son las preocupaciones de los barceloneses y no construir una empresa energética pública, paralizar el turismo de forma indiscriminada o bloquear la actividad económica de la que al final viven los habitantes del municipio.
Colau se lo encontró todo hecho. Si de verdad quería ser una alcaldesa valiente le hubiera bastado gobernar sin prejuicios ni apriorismos. ¿Tan difícil era? Con atender los problemas de la Guardia Urbana y resolver los asuntos de los barrios en vez de dedicarse a repartir subvenciones a los grupúsculos minoritarios que la apoyaban (no desde una nueva izquierda, sino desde una izquierda marginal) habría acumulado adeptos y hasta quizá conservado parte de los votos que perderá en mayo próximo. Además de la complicidad con el independentismo, en su balance hay desmedida fachada. Esta inmoderada actriz, descomunal en su exceso de superficialidad, no pasará a la historia como una líder trascendente.
Aquellos alcaldes de toda España que se ocuparon de la transición de la dictadura a la democracia sí fueron pioneros e innovadores. Entre otras razones porque sus obras de gobierno se construyeron con escasos recursos. Fue la izquierda de forma principal la que forjó la mayoría de grandes ciudades del país y facilitó décadas de progreso y bienestar.
Lo de Colau no es valentía. Es mero resentimiento y falsa progresía. El ánimo vengativo y revanchista que destilan la mayoría de actuaciones en este tiempo de presidencia de la institución municipal dicen poco a favor de su obra. Se ha definido desde el primer día, desde el primer minuto, por oposición. Jamás hemos sabido cuál era su composición de la ciudad. Su proyecto positivo para la capital catalana es un perfecto desconocido para los barceloneses. Y los temores que le producen los llamados poderes económicos (esos que presenta con chistera y habano) demuestran cobardía personal e incapacidad manifiesta para el diálogo y la transacción con la sociedad civil.
Llegó como aire fresco a la histórica alternativa sociovergente. Colau ha tenido la gran oportunidad de ser una alcaldesa transformadora, como lo fueron Enrique Tierno Galván (Madrid), Pasqual Maragall (Barcelona), Francisco de la Torre (Málaga) o Iñaki Azkuna (Bilbao), por citar ejemplos con diferentes visiones políticas. Pero el mínimo análisis entre la Barcelona que encontró en 2015 y la herencia que recibiremos en 2023 dejan a la alcaldesa en mal lugar. En Barcelona ni hay cambio ni una evolución razonable hacia la modernidad.
Que no venda ahora desacomplejamiento político o capacidad como gestora con el pretexto de que es mujer, comunista y verde. La valentía en política es otra cosa. Y las ciudades sin miedos están lideradas por dirigentes humildes, inteligentes y razonables, piensen como piensen, si se dedican de verdad a mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos y resolver problemas. Ahora la veremos alguna vez más por los barrios y descenderá al Metro de forma regular. Fue alcaldesa cuando los electores no la conocían. Ahora tendrá más difícil sostener determinadas imposturas. La conocen ya de sobras.