En reiteradas ocasiones me he manifestado públicamente en contra de la estrategia del contentamiento como fórmula para afrontar el problema del nacionalismo catalán. Si 40 años de cesiones nos han llevado a la DUI y a la fractura de la sociedad catalana, parece evidente que insistir en ese camino nos llevará al mismo resultado.
Conscientes del fracaso de su planteamiento, algunos partidarios de la denominada “tercera vía” de mi entorno más cercano me preguntan repetidamente: ¿Entonces qué solución propones para superar el “conflicto”? ¿La aplicación de la ley es lo único que ofreces?
Lo cierto es que lo que los terceristas tildan de “conflicto” no es más que el incumplimiento reiterado de las leyes por parte de los nacionalistas. Y, en las democracias occidentales --y España es una de ellas, totalmente homologable a las más avanzadas, pese a los intentos de ponerlo en duda desde el secesionismo--, el cumplimiento de la ley es innegociable.
En realidad, nada más habría que añadir: el problema del nacionalismo catalán estaría resuelto --o minimizado-- si el Estado hubiese actuado sin complejos desde hace décadas a la hora de cumplir y hacer cumplir la ley. O si lo hiciese a partir de ahora. Pero vayamos más allá.
No parece políticamente sensato hacer nuevas cesiones a los nacionalistas para tratar de “encajarlos en España”, puesto que, de esa forma, estaríamos desencajando al cerca de un tercio de la población española que reclama menos autogobierno para las CCAA (véanse las encuestas del CIS). De hecho, el equilibrio lo encontraríamos en el modelo de Estado actual, que, además, es el que defiende la mayoría de los españoles.
Así las cosas, el problema del nacionalismo catalán debería afrontarse mediante una doble estrategia a largo plazo. Por una parte, el cumplimiento inflexible y ejemplar de la ley y de las sentencias de los tribunales (tanto las que que afectan a cuestiones nucleares --integridad territorial, bilingüismo y neutralidad en las escuelas, etc.-- como las aparentemente menores --imparcialidad de los medios públicos, presencia de los símbolos del Estado en todas las sedes institucionales, etc.--). Una respuesta implacable por parte del Estado a estos desafíos trasladaría un mensaje contundente a los unilateralistas y a sus seguidores: perded toda esperanza, no es posible vencer a la ley.
Por otra parte, la estrategia debería complementarse con una intensa y permanente labor de pedagogía para contrarrestar la propaganda nacionalista basada en mentiras. Un trabajo que, aunque debería ser liderado por el Estado, también convendría que contase con la implicación de la sociedad civil, empresas, patronales, sindicatos, intelectuales, deportistas, medios de comunicación...
El ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, ha anunciado que intensificará sus esfuerzos en explicar los engaños del relato independentista a nivel internacional. Pero lo lógico sería que ese empeño también se orientarse al interior, tanto en el ámbito catalán como a nivel nacional.
Buena parte de los independentistas conversos lo son porque se han creído un relato de ficción difundido por tierra, mar y aire de forma constante que asegura que “España” maltrata a “Cataluña” económica, competencial y culturalmente.
Si hay alguna posibilidad de recuperar a algunos de ellos --como pretenden los defensores de la “tercera vía”-- o de evitar que sigan aumentando, eso solo será posible desmontando las mentiras en las que se basa el procés: ni Cataluña sufre un déficit fiscal desproporcionado respecto al resto de España --de hecho, en épocas de crisis, con mucho déficit público, el déficit fiscal es nulo o casi nulo--; ni Cataluña ha sido agraviada en las inversiones del Estado --lo reconoce la propia Cámara de Comercio de Barcelona--; ni la Generalitat disfruta de poco autogobierno --al contrario, es uno de los gobiernos de un territorio subestatal occidental con más autonomía--; ni los catalanohablantes sufren ningún tipo de discriminación de las administraciones públicas por motivo de su lengua --a diferencia de los catalanes castellanohablantes--.
¿Más cesiones para tratar de calmar a los nacionalistas? No, gracias: ley y pedagogía… y conllevancia.