Puede que a una élite política, mediática y empresarial ya le vaya bien que la Cerdanya sea un lugar de segundas residencias, cuya economía se basa únicamente en el turismo y el esquí. Es decir, que hay una clase bienestante que se siente inmune ante el Covid-19 e impune ante las medidas de prevención, protegida por la velocidad de sus cochazos y sus grandes mansiones, y que trata a los habitantes de esta bella comarca como parte de su servicio. Pero la caótica gestión de la pandemia en la Cerdanya ha hecho aflorar una realidad diferente al pijerío que se divierte en fiestas masivas sin medidas de protección.

Este territorio fronterizo es la metáfora del mal gobierno, de la desastrosa administración de una crisis sanitaria y económica por parte de una Generalitat que siempre reclamó plenas competencias y, cuando las tiene, no sabe qué hacer con ellas. Hoy se establece un perímetro absurdo --Cerdanya, Alt Urgell y Andorra--, mañana lo levanto y confino otras dos comarcas. Ahora filtro medidas muy restrictivas, y más tarde las flexibilizo. Es fácil culpar de ese desaguisado a las pugnas entre Junts per Catalunya y ERC, esto es, a las ganas que tiene de hacerle la puñeta el consejero de Empresa, Ramon Tremosa, al departamento de Salud gestionado por los republicanos.

Pero culpables, lo que se dice culpables, lo son todos. No hay ideario ideológico que justifique la nefasta administración de la pandemia que está haciendo este Ejecutivo roto. No hay excusa que valga para que los consejeros responsables de sacar a Cataluña de esta crisis sanitaria y económica --ojo, que la mayoría van en las listas electorales del 14F-- renuncien a reforzar la coordinación interna, pero también el diálogo con otras administraciones implicadas. No hay rencor ni hostilidad que avale esa negligencia. Y, sobre todo, no hay argumento posible que impida hablar con el territorio.

La decisión del alcalde de Llívia, Elies Nova, de romper el carnet de ERC, lejos de ser un tema puntual o una anécdota, ejemplifica esa falta de comunicación entre las cúpulas políticas y un territorio que reclama atención y, sobre todo, coherencia en la aplicación de medidas que pueden hundir la economía local. ¿Tan difícil es escuchar, comprender y atender a quienes gestionan diariamente la proximidad? ¿O es que el independentismo oficial también es centralista?

La Cerdanya también clama por un cambio de modelo económico. O, cuando menos, por una diversificación de actividades. Y, sobre todo, contra la ignorancia de un Govern que ve complicidades con los vecinos de Andorra, y no con otras comarcas limítrofes. Incluso con el sur de Francia, que comparte hospital transfronterizo con la comarca catalana.

Nadie dijo que luchar contra una pandemia fuera fácil. Pero al Govern se le debe exigir que haga todo lo que humanamente esté en su mano, y más. Y eso pasa por tragarse el orgullo identitario y pactar con el diablo, si es preciso.

PD: Un deseo para el nuevo año. Que los catalanes no indulten la ineficacia de nuestros gobernantes el 14F. Más que nunca, hay que ir a votar.