La condena que en las próximas horas dará a conocer el Supremo representará el último disparo de un independentismo en su lamento victimista. Con el fallo agotará todo el relato de supervivencia que le ha mantenido con la respiración asistida tras fracasar en 2017 con su principal objetivo. No nos engañemos, es el último, pero no será menor. Seguro que no es una bala, ni tan siquiera un cartucho de perdigones y postas, de esos que hacen daño a todo lo que encuentran en un radio de acción amplio. A poco que puedan, los líderes independentistas que hoy anidan en Junts per Catalunya, la CUP, ANC, Òmnium Cultural y en una parte de ERC intentarán que su último disparo sea el de un artefacto de la más sonora artillería, un cañonazo cuyo estruendo perdure unos días o semanas y sea capaz de originar el máximo impacto para dar recepción a la sentencia del Alto Tribunal.

Habrá que estar muy atentos a cómo se complica la situación catalana durante los próximos días. Desde los boicots, las concentraciones ciudadanas y el intento de paralizar la actividad productiva hasta la gestualidad de los lazos y las pancartas, las condenas a los dirigentes que en 2017 intentaron la independencia por su cuenta y riesgo son el último argumento de un movimiento que ha comprobado tanto su fracaso como la fortaleza del Estado, un grupo que no puede permanecer ajeno a la división entre catalanes y a la incapacidad para conseguir en las urnas la pulsión que lleva tiempo latiendo en sus corazones identitarios.

¿Y después de una semana de permanente mascletá, qué? Pues eso, que la Cataluña que trabaja, la mestiza y multicultural, la que mira a Europa (y no precisamente a Waterloo), la que crea, innova y se relaciona con el resto de España no está para grandes sacrificios. El hartazgo se ha apoderado de muchos procesistas que actuaron de manera gregaria cuando sus líderes y las instituciones los llevaron por el camino de las falsas promesas, el “independentismo mágico”, que bautizó Gabriel Rufián. Aunque persisten todavía actuaciones radicales y de hiperventilación nacionalista, el cansancio ha hecho acto de presencia y el último esfuerzo, la última rampa, los últimos 100 metros de la carrera son la respuesta al fallo del tribunal.

Ahora vendrán las consecuencias reales. ¿Se reactivará la orden europea que permita la extradición de los fugitivos que acompañaron a Carles Puigdemont por Europa? Con los hechos juzgados y sentenciados, la misma justicia que tuvo problemas con la ley española se verá forzada a cumplirla sin subterfugios.

¿Y qué pasará en el Gobierno de la Generalitat, donde sus dos partidos tienen claras y opuestas estrategias de futuro? ¿Podrá mantenerse la irreal coalición gubernamental cuando se agota la coartada de los presos? ¿Dónde cumplirán la sentencia los condenados y durante cuánto tiempo? ¿Se atreverá Quim Torra a mantenerse en la presidencia sin convocar nuevas elecciones, con problemas para aprobar presupuestos y sin el padrinazgo de Puigdemont desde Bélgica?

Las respuestas a todos esos interrogantes serán determinantes para el futuro inmediato de Cataluña. De la misma manera que los resultados de las elecciones generales del 10N pueden suponer un giro que saque la política catalana del centro del tablero español o, al menos, rebaje su actual intensidad y ponderación en esta campaña.