En las elecciones municipales de 2011, el Partido Popular encabezado por Xavier García Albiol obtuvo el 33,5% de los votos y 11 de los 27 concejales del Ayuntamiento de Badalona. Cuatro años después, el PP consiguió mejorar el apoyo popular en casi un punto --34,21%--, aunque perdió un edil. En los comicios de 2019, logró el 37,58% de las papeletas y 11 escaños de nuevo.
Sin embargo, el candidato conservador solo pudo ser alcalde en la primera ocasión. En 2015, pese a que doblaba en votos a la siguiente lista, un acuerdo democrático entre el resto de los partidos le impidió repetir. La filocupaire Dolors Sabater asumió la alcaldía, pero no pudo agotar la legislatura. Una moción de censura promovida por quienes le habían apoyado la descabalgó tres años después.
Y el año pasado, Albiol volvió a ganar las elecciones, pero una coalición progresista le cerró el paso de nuevo y puso al socialista Alex Pastor en la alcaldía, un mandato con el triste y reciente final que todo el mundo conoce. Ahora, la ausencia de acuerdo de última hora entre los progresistas ha permitido, como prevé la ley electoral, que el concejal con más votos sea alcalde. Las cosas vuelven a su orden natural.
Sería distinto si García Albiol hubiera vulnerado la ley o estuviera bajo sospecha de haberlo hecho. Cabría la duda si la distancia entre su apoyo popular y el de la siguiente lista electoral fuera mínimo, como le ocurrió a Ernest Maragall en el Ayuntamiento de Barcelona, que empató a concejales con Ada Colau y en votos apenas le superó en medio punto porcentual. Al hermano del excalcalde también le adornaba la otra condición: su complicidad manifiesta con quienes atropellaron de forma reiterada la Constitución y el Estatuto de autonomía en los últimos años, condenados por el Tribunal Supremo tras los hechos de octubre de 2017.
Por estas razones, la iniciativa de Miquel Iceta la noche del 26 de mayo de 2019 fue brillante. Hizo ver a una candidata derrotada, que ya había felicitado a Maragall por su victoria, que había otra salida que la volvía a sentar en la poltrona y que daba una vuelta radical al escenario, evitando así que el independentismo diera un salto vital y se adueñara de la capital del país.
En el caso de Badalona, no se puede decir lo mismo. Un equipo de gobierno Frankenstein --aquí sí que pega-- para la cuarta ciudad de Cataluña es tan legítimo como imposible; y fuera de lugar. Cuando hablamos de García Albiol no lo hacemos de un recién llegado, de alguien que a base de hacer populismo ha arrastrado el voto de la mayoría engañada de los ciudadanos, sino de un político muy conocido en su ciudad que ya ha sido alcalde y que gana las elecciones. Puede que a uno no le guste cómo habla del complejo problema de la inmigración, puede que sus propuestas tiendan al simplismo, incluso puede que uno nunca le votase, pero no estamos hablando de Vox ni de la CUP. No tocan los cordones sanitarios ni pactos del Tinell.
Como han terminado por demostrar los hechos, en esta ocasión Iceta se ha equivocado.