La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha demostrado de nuevo esta semana que es una experta en apelar a los sentimientos ciudadanos como método de defensa de quienes critican su gestión. En presentarse como víctima de ataques directos contra su vida personal de quienes fiscalizan su obra de gobierno.
Raramente refuta las informaciones que no son alabanzas a sus iniciativas, ni siquiera reivindica el modelo de gestión de la ciudad que defiende. Tiende a desviar el debate a un terreno donde se siente segura, al de la política de las emociones --no se pierdan el libro homólogo de Toni Aira, una descripción al detalle sobre los gobiernos “a golpe de sentimientos” como el que se ejerce en la capital catalana--.
Ada Colau ha sido otra víctima del machismo que se respira en redes sociales. Coincido con ella en que Twitter o Facebook se han convertido en la plaza ideal para que muchos suelten su bilis desde un cómodo anonimato. Pero es trabajo de todos evitar que eso ocurra, también de la alcaldesa. No se puede querer ser el paladín del buen uso de las redes vertiendo odio contra quienes son críticos con su gestión de lo público (que no de la vida personal). Esta actitud la convierte en un vocifero más, uno con mucho poder por el cargo institucional que ocupa. Y resulta un juego trilero confundirlo con informaciones que divulgan los errores o problemas en tu gestión. Tanto, como asegurar que todas ellas son fake news sin ni siquiera refutarlas o señalar que son obras de una red oscura que gira en tu contra por una tirria personal.
Fiscalizar es la razón del periodismo, desvirtuada en demasiadas ocasiones por la subsistencia de los medios gracias a la publicidad. No se debe olvidar que administraciones como el Ayuntamiento de Barcelona disponen de una regadora enorme, y los comunes la han usado de la misma forma que sus predecesores a pesar de predicar que harían lo contrario. Lo mismo que ha ocurrido con otras tantas cuestiones inherentes al ejercicio de lo público.
Asumir un cargo institucional como la alcaldía de Barcelona también te convierte en un personaje público, hecho que te pone en la diana de demasiadas personas con demasiado tiempo libre. Eso también obliga a realizar un ejercicio extra sobre qué partes de tu vida quieres compartir de forma abierta y cuáles no. El mismo debate que todos deberíamos mantener, pero con un extra de exposición.
La líder de BComú forma parte del grupo de políticos que no tiene reparos en mostrar su vida personal en las redes. Su actitud contrasta, por ejemplo, con la de otras alcaldesas metropolitanas más celosas de su vida privada que también han sido pioneras en liderazgos en femenino en grandes localidades catalanas. Figuras como las de Núria Marín, la primera mujer en la alcaldía de L’Hospitalet de Llobregat y presidenta de la poderosa Diputación de Barcelona; o la también socialista Núria Parlon, alcaldesa de Santa Coloma de Gramenet desde 2009. O como Dolors Sabater, que estuvo al frente del consistorio de Badalona entre 2015 y 2018.
Son tres ejemplos --por suerte, no los únicos-- de mujeres progresistas al frente de ayuntamientos del área metropolitana con presencia en redes sociales, casos comparables. Para empezar, ignoro si Marín, Sabater o Parlon tienen pareja; desconozco dónde trabajan sus compañeros, si los tienen; y no sé si son madres. Ninguna de estas cuestiones definen sus tareas como líderes del municipalismo catalán.
La alcaldesa de Barcelona, en cambio, ha exhibido a su familia sin reparos incluso en el material que se divulga a nivel municipal. No solo en sus redes sociales individuales, un espacio propio pero no privado. No usa un perfil personal en el que se filtre quién la puede seguir o no. Resulta positivo normalizar que una servidora pública ejerza de madre y que pueda compatibilizar las obligaciones políticas con la crianza, pero se trata de una reivindicación envenenada por las consecuencias que emanan de esta decisión. Es decir, la exposición pública de los terceros. Especialmente de los menores de edad.
Además, es vox populi con quién comparte su vida y a qué se dedica su compañero. Incluso hemos sido debidamente informados --no por el ayuntamiento-- de que se ganaba la vida como consejero municipal y que cobraba del erario (de forma indirecta, creo recordar). Su pareja es tan popular que fue pillada mientras se saltaba el confinamiento sanitario de la ciudad, tal como tuvo que admitir la alcaldesa a preguntas de un periodista de esta casa. Una información que, de nuevo, se trasladó al terreno de lo personal. No alcaldesa, la crítica no tenía nada que ver con su familia, emanaba del hecho de que la primera responsable pública de la ciudad incumplía las normas que ella misma había dictado.
Solo hay que echar un vistazo a los perfiles de Marín, Parlon, Sabater y Colau en Twitter, Facebook e Instagram, sobre todo en esta última, para ver la diferencia tan enorme del uso que les dan unas y otra. Las parejas de las tres primeras (si las tienen) deben ser conocidas por sus vecinos y amigos, hecho que dificultará identificarlos mientras cargan las maletas en el coche.
Estas tres líderes municipales también han sido objetivo de quienes vierten sus frustraciones contra ellas por su condición femenina. Han recibido insultos deleznables que son motivo de censura e incluso de sanción, igual que los que ha recibido la alcaldesa de Barcelona. A diferencia de ella, no las han confundido con críticas a su gestión y no las han usado para intentar demostrar que son objeto de escarnio.
La obra de gobierno de Colau es y será fiscalizada. Recibirá titulares en contra, algunos por cuestiones que le duelen en lo personal porque forman parte de aquellas políticas de las que ha hecho bandera y que defiende incluso desde el plano más personal, ya que forman parte de su identidad. Pero si hay errores en la gestión, saldrán. Llegarán a los medios, a las redes sociales y los conocerán los vecinos de la alcaldesa. Esto es la política. La líder de los comunes llegó a ella precisamente por la vía de la fiscalización y de la denuncia. No le debería sorprender que otros la ejerzan. Defenderse de ello llevando los debates al ámbito personal es un error. Y es que al final, te arrastra.