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Imagen de archivo de una baliza v16

Imagen de archivo de una baliza v16 Crónica Global

Zona Franca

La baliza V16: una buena idea mal ejecutada

"La baliza V16 nació como una promesa de modernización y protección. Hoy se ha convertido en el símbolo de una política pública que ha generado más incertidumbre que confianza y más enfado que consenso"

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La implantación obligatoria de las balizas V16 como sustituto de los tradicionales triángulos de emergencia se presentó como un avance incuestionable en materia de seguridad vial.

Menos atropellos al evitar que los conductores bajaran del vehículo, más visibilidad y una señalización más rápida y moderna sin salir del coche. Esa fue la teoría. La que figuraba en los folletos, en las ruedas de prensa y en los mensajes institucionales.

Pero al pasar de la teoría a la práctica, el resultado ha sido algo distinto. La experiencia real en carretera está demostrando que la baliza es, en muchos escenarios, menos eficaz de lo que parecía.

En vías con cambios de rasante, curvas pronunciadas o variaciones de inclinación, la luz no se percibe con suficiente antelación. No “asoma” antes de que el vehículo accidentado entre en el campo visual del resto de conductores.

El resultado es que muchos se encuentran el coche averiado o siniestrado prácticamente de bruces, sin margen de reacción, porque ya no existe un triángulo colocado metros antes que advierta progresivamente del peligro.

Esa es precisamente la crítica que empieza a aflorar en redes sociales, donde circulan cada vez más vídeos e imágenes que muestran situaciones reales en las que la baliza no cumple la función preventiva que se le atribuyó.

Lejos de mejorar la seguridad en todos los contextos, el nuevo sistema parece haberla debilitado en aquellos escenarios donde la visibilidad es más compleja y donde el margen de anticipación es crucial.

Empieza a instalarse, así, la sensación de que, en algunos casos, el remedio ha sido peor que la enfermedad. Tesis que se refuerza con la última recomendación de la Guardia Civil, que ya insta a la utilización de la baliza obligatoria y de los triángulos tradicionales. 

A esta percepción se suma ahora un nuevo elemento de desconcierto: la retirada repentina de la homologación de varios modelos de balizas que hasta hace apenas unos días figuraban como válidas en los listados oficiales.

La decisión se ha producido a escasos días de que entre en vigor la normativa que obliga a llevar balizas conectadas a la DGT, lo que multiplica la confusión, la inseguridad y el enfado. Conductores que compraron estos dispositivos confiando en la información pública han descubierto de un día para otro que su inversión puede no servir o quedar obsoleta.

Sin explicaciones técnicas claras, sin un periodo transitorio bien definido y sin un sistema de compensación, la sensación que se extiende no es solo de desconcierto, sino de haber vuelto a ser engañados. De haber cumplido con lo exigido por la administración para descubrir después que ese cumplimiento no garantiza ni validez, ni seguridad, ni estabilidad normativa.

El resultado es una combinación especialmente corrosiva: un cambio normativo que genera dudas sobre su eficacia real, un sistema que no convence en la práctica y una administración que transmite improvisación en la gestión.

No se cuestiona la intención de reducir atropellos ni de mejorar la seguridad vial, eso es evidente. Lo que se cuestiona es la forma en que se ha ejecutado la transición: sin escuchar suficientemente a los usuarios, sin evaluar con realismo todos los escenarios y trasladando el coste del error directamente al ciudadano.

La baliza V16 nació como una promesa de modernización y protección. Hoy se ha convertido en el símbolo de una política pública que ha generado más incertidumbre que confianza y más enfado que consenso. Y cuando eso ocurre en el ámbito de la seguridad vial, el problema deja de ser técnico para convertirse en profundamente social.