Manel Esteller, exdirector del Instituto de Investigación Josep Carreras
Descalabro del modelo catalán de fundaciones
"El ecosistema convergente de fundaciones ha entrado en profunda crisis, y algunos parecen no querer reconocerlo. Y, como siempre, los que salimos perjudicados somos los ciudadanos a los que, en teoría, estos organismos sirven sin ánimo de lucro"
La Coordinadora Catalana de Fundaciones sacó pecho hace unos días del llamado ecosistema autonomico de fundaciones. La red de entidades sin ánimo de lucro presenta una facturación total de más de 6.100 millones de euros, copando más del 4% del Producto Interior Bruto (PIB) regional.
La aportación de las más de 2.000 referencias es notable, tanto en riqueza como en empleo. Eso es así. Es incuestionable que la red de fundaciones permea en el tejido económico y en el social y el laboral.
Como también es irrebatible que esa realidad sufre una profunda crisis. El último espisodio es la tocata y fuga del prestigiosísimo doctor Manel Esteller de la Fundación Josep Carreras contra la Leucemia. Su salida, que avanzó Ara, llega tras una auditoría que afloró graves irregularidades en una entidad que, sobre el papel, debería desempeñar una labor clave.
El mazazo a la reputación de la Josep Carreras ha sido de órdago. Pero por lo menos, el revés ha sido rápido. Un trompazo y ya. En otros lados, la lesión es lenta y torturante. Es el caso de la Fundació Vila Casas, una asociación-regalo al mundo que legó el celebrado y querido empresario y mecenas Antoni Vila-Casas.
Allí, en casa del malogrado farmacéutico, su hijastra se ha adueñado del timón y está vaciando de contenido la bodega. Lo que debía ser una brillante fundación de mecenazgo del arte contemporaneo se está transformando en una plataforma de lucimiento de la heredera y médico de familia.
La crisis en la Vila Casas es tan grave que desconcierta a la burguesía catalana. Nadie entiende que lo que antaño era un sostén de la creación artística en Cataluña y el resto de España --con una red museística reducida, pero excelente-- se encamina hacia agencia de reputación de la filla de l'amo. Todo ello, jalonado por la gestión controvertida y una cascada de salidas rayana a una purga política. De los fieles a Vila-Casas ya no queda nadie. O casi.
Poco mejor está la Fundación Cellex, que creó el industrioso Pere Mir. El creador de Derivados Forestales armó un brazo filantrópico de apoyo a la ciencia que, cuando falleció, sus albaceas otearon con ojos golosos. Uno de ellos, Josep Tabernero, se acabo quedando la casa en La Pleta de Baqueira Beret, donde descansaba Mir en invierno.
Los otros dos gestores del testamento, como Tabernero, están investigados judicialmente.
Lo factual es que el patrimonio de Mir ha sido operado de forma, cuando menos, polémica. No quedó ni su piso de Ginebra. Alguno incluso miraría con pasión el yate Danae, aquel que se mecía en un amarre del Real Club Náutico de Barcelona.
Son tres ejemplos, pero los que saben dicen que "es sólo el principio". El pillaje y la caradura en el sector de las fundaciones catalanas en nombre de la filantropía son tales que algunos cuestionan ya abiertamente el modelo que cocinó la extinta Convergència i Unió. En pleno Govern de Artur Mas, el Ejecutivo catalán --Andres Mas-Colell mediante-- relajó las condiciones para crear una fundación, así como los mecanismos de control sobre las mismas.
Cuatro ejemplos: se redujo el capital inicial necesario para crear una fundación, se permitió que los patronos cobraran, se abrió la puerta a la autoenajenación de bienes y activos sin apenas control y se introdujo la autoregulación en casos de conflicto de interés, por ejemplo.
Todo ello concitó el rechazo casi unánime de la izquierda, que alertó de falta de control. Dos décadas después, los casos de Josep Carreras, Vila Casas y Cellex parecen darles la razón. Pero hay otros muchos casos, desde el Instituto de Ciencias Fotónicas al BIST, que nadie sabe a ciencia cierta a qué se dedica.
El ecosistema convergente de fundaciones ha entrado en profunda crisis, y algunos parecen no querer reconocerlo. Y, como siempre, los que salimos perjudicados somos los ciudadanos a los que, en teoría, estos organismos sirven sin ánimo de lucro alguno.