El problema de los cordones sanitarios en política es que, si no son coherentes, se vuelven en contra de quien los ha promovido o apoyado.

El presidente de la Generalitat, Salvador Illa, se ha comprometido en diversas ocasiones -incluso antes de llegar al Govern- a no pactar con la ultraderecha, esto es, Vox y Aliança Catalana.

De hecho, la promesa es algo más amplia e incluye no hablar ni reunirse con estas formaciones.

Me parece una posición plenamente legítima. Evidentemente, cada uno es libre de no hablar, no reunirse o no pactar con quien le dé la gana, faltaría más.

Sin embargo, un político como el líder del PSC, que alardea de coherencia en sus decisiones, debería ser más cuidadoso cuando realiza ese tipo de planteamientos, a riesgo de caer en contradicciones poco aseadas.

Verbigracia, el reciente encuentro entre Illa y el expresidente autonómico Jordi Pujol en el Palau de la Generalitat.

Por más que la reunión se enmarcara en una ronda de contactos con sus predecesores en el cargo, recibir a un tipo como Pujol a estas alturas de la película, lejos de situarte en el centro y en la moderación política, dice muy poco de la dignidad del nuevo president.

Si no quieres compartir ni el aire que respiras con Vox ni con Sílvia Orriols, lo razonable sería aplicar el mismo rasero a Pujol, pues no es menos ultra que ellos.

De hecho, ni siquiera Vox y Aliança Catalana se han atrevido a decir sobre los inmigrantes lo que el fundador de Convergència y padre del nacionalismo catalán moderno aventuró a glosar sobre los andaluces y extremeños que vinieron a Cataluña.

Quizás sería pertinente recordarle al señor Illa lo que Jordi Pujol, de quien dijo que fue “un placer recibirlo”, escribía hace algunas décadas:

El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido. [...] El otro tipo de inmigrante [que hay en Cataluña -en referencia a murcianos, andaluces, extremeños, etc.-] es, generalmente, un hombre poco hecho. Es un hombre que hace centenares de años que pasa hambre y vive en un estado de ignorancia, y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. A menudo, da pruebas de una excelente madera humana y todo él es una esperanza, pero, de entrada, constituye la muestra de menos valor social y espiritual de España. Ya lo hemos dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar Cataluña, sin antes haber superado su propia perplejidad, desharía Cataluña. Introduciría en ella su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad”.

Tras el encuentro, la portavoz del Govern afirmó que estas reuniones buscan “preservar la dignidad y la importancia del Govern de la Generalitat”.

A mí, más bien me parecen un ejercicio de blanqueo de la xenofobia.