Ya no queda ninguna duda. Si el procés había muerto (cosa que siempre he rechazado), los mismos que lo dan por difunto parecen empeñados en resucitarlo.
Porque lo peor del independentismo no es la búsqueda de la ruptura del país, sino el nacionalismo que supuran todas sus acciones. Y, en eso, Illa no solo no ha dado ningún paso atrás, sino que está pisando a fondo el acelerador.
El concierto económico para la Generalitat pactado entre el PSC, el PSOE y ERC es la confirmación de que los socialistas están dispuestos a cualquier cosa para asaltar o no perder el poder. A cualquier cosa.
En los últimos días hemos visto cómo -como es habitual- Pedro Sánchez ha prometido una cosa y la contraria. Es decir, a ERC le ofrece el concierto y luego sale la ministra Montero en Andalucía y dice que no hay concierto.
Algunos se aferran al talante de mentiroso compulsivo de Sánchez para albergar alguna esperanza. Tal vez el presidente ha engañado a los independentistas, suspiran los optimistas, y no se cargará la caja única de los impuestos (o lo que queda de ella, no olvidemos la aberración medieval del concierto vasco y el convenio navarro).
Sin embargo, deberían perder toda esperanza, pues las mentiras de Sánchez siempre han beneficiado a los nacionalistas. Así ha ocurrido con los indultos, con la eliminación de la sedición, con la rebaja de la malversación, con la amnistía… Los socialistas siempre aseguraron que no aprobarían nada de ello. Y siempre mintieron a favor de los nacionalistas.
Con todas estas concesiones y las que se avecinan (probablemente el referéndum secesionista, el blindaje de la inmersión, la intensificación de los requisitos lingüísticos y otras similares) los nacionalistas, lejos de aplacarse, se envalentonarán. Es decir, volveremos a las andadas. O, lo que es lo mismo, se les entregan herramientas para, en el futuro, resucitar el procés con mayor comodidad.
Porque estas cesiones suponen que los nacionalistas, pese a no haber conseguido en esta embestida el objetivo final de la independencia, sí han logrado avances significativos en su proyecto político. Así, los presuntos perdedores del intento de golpe al Estado, en vez de sufrir un retroceso en sus planes (como habría sido lo razonable en cualquier democracia occidental), han logrado réditos políticos impensables hace apenas unos años. Y todo ello a beneficio de inventario, o sea, sin tener que renunciar a volverlo a hacer en cuanto tengan otra oportunidad.
Esta semana, Borrell lo advertía en una entrevista en El País: “El pacto [entre el PSC/PSOE y ERC] también dice que se impone a Cataluña una solidaridad excesiva que limita injustamente sus políticas públicas y su capacidad de crecimiento. Dicho de forma menos estridente, es la tesis del ‘expolio fiscal’ que tanto pregonó Junqueras durante el procés y que yo he intentado contrarrestar. [...] Con ese acuerdo se asume postmortem el relato del procés y un cambio de paradigma en el sistema de financiación. [...] Según la última liquidación, no la hay [infrafinanciación] en relación a las demás autonomías. Cataluña recibe proporcionalmente a su población y aporta en función de su PIB. [...] Para mí este modelo es más confederal que federal”.
Comprar el relato de los nacionalistas nunca ha sido un buen camino para la convivencia en Cataluña. Y hacerlo para alcanzar o conservar el poder es repugnante.