Dicen los trabajadores del Hospital Vall d'Hebron de Barcelona que es un "clásico" que se produzcan robos en las instalaciones del centro sanitario. Trabajadores que se llevan cascos de moto de otros empleados porque "no caben en las taquillas" y los dejan fuera. Cuando terminan su turno y llegan al vestidor, ya no están.
Lo que es nuevo es que los cacos entren en los complejos médicos a desvalijar a los que trabajan allí. Ha habido varios robos a sanitarios en Vall d'Hebron, y aunque el gerente asegure que se trata de "casos puntuales", hay preocupación. A varios de ellos les han robado el móvil en el ascensor, por poner un ejemplo.
Es cierto que es un fenómeno que ocurre en otros hospitales de Barcelona, pero ello no es óbice para que no se tomen medidas. Hay que garantizar la seguridad de los trabajadores y de los pacientes, y ello incluye dinero, esfuerzo y planes.
Porque un día serán robos a sanitarios o enfermeros hospitalizados. Y al día siguiente, quién sabe. Cataluña acaba de vivir un episodio vergonzoso con la infiltración de una falsa doctora en los hospitales de Berga y Vic.
La apócrifa facultativa trabajó durante años en los dos centros sanitarios sin que nadie reparara en que no era galena. Fue, entre otras muchas cosas, un fallo de seguridad de ambas ciudades sanitarias. Los equipamientos comarcales demostraron que no tienen bien afinada la protección de bienes y cosas, en este caso, de los pacientes.
Aquel episodio puso negro sobre blanco que los hospitales también son un lugar a proteger. Contra cacos, como en Vall d'Hebron, o como falsos médicos, como en los dos centros comarcales de la llamada Cataluña central.
Lo que no puede ser es no hacer nada con el pretexto de "aquí nunca pasa nada". Porque sí que ocurre.