Ahora sí que toda la carne está en el asador. En unos días visitaremos las urnas y, según dónde viva cada quien, escogerá a los representantes de los municipios y de las autonomías para los siguientes cuatro años. La campaña llega con la tensión habitual de cualquier convocatoria electoral, en la que todos los participantes maximizan sus mensajes y exaltan las críticas a los competidores y adversarios. Nada nuevo, por tanto, en el horizonte político.

En Barcelona sí que se juega un partido de Champions League. Es quizás la capital de España en la que más se compite por la alcaldía. La ciudad catalana es importante por ella misma, pero también porque es la mayor del país que hoy gobierna el universo podemita. En la suerte de Ada Colau se contiene, a la vez, la de un partido político que comienza a dar signos de agotamiento de caudal político seductor y cautivador de los votantes. La experiencia de gestión de los seguidores de Pablo Iglesias ha resultado tan controvertida y nefasta que ni siquiera el populismo que les mantuvo vivos en anteriores convocatorias parece útil para esta ocasión.

Ada Colau tiene muchos números de la rifa en la que pierde la alcaldía. Salvo una sorpresa de última hora que ninguna encuesta detecta, la actual alcaldesa buñuelo dejará la vara de mando después del 28 de mayo. Había conseguido con mucho mérito presidir la corporación local con apenas el apoyo del 20% de los barceloneses y se ha dedicado durante ocho años a ensimismar la ciudad en sus empadronados, cerrarla al resto de la autonomía y promulgar tesis peregrinas sobre decrecimiento económico que a quien más afectan es, justamente, a sus potenciales votantes. Ni arregló el drama de la vivienda; tampoco fue capaz de mejorar la industria turística; favoreció a los hoteleros de siempre al impedir la construcción de más plazas, lo que ha provocado un encarecimiento del alojamiento; enfadó a los habitantes de unas calles principales desviándoles el tráfico de otras que reconvirtió alterando un urbanismo envidiado en otras capitales internacionales… y así prosigue su obra de gobierno en materia laboral, con los grandes eventos, la ocupación de viviendas, la incapacidad para la crítica pública y periodística o la inseguridad en las calles.

El problema vendrá el día después de desalojar a Colau de la alcaldía. Según cuál sea el pacto final que se firme tras el veredicto de las urnas, su partido incluso podría quedar concernido en la gobernación de la ciudad. Pero sin ella al frente de la alcaldía, su papel no será la de una concejal más de la oposición o como teniente de alcalde de cualquier otro alcalde. El amor propio de la alcaldesa le hará difícil ahora apearse del coche oficial, regresar al metro y perder las prebendas que, como el salario, le facilitaba el cargo. Ya no será fácil de exportar al Madrid político, donde aguardan unas elecciones a la vuelta de la esquina y pocos ministerios en los que se adecúe con facilidad. Colau tampoco posee un currículo que permita su incorporación a entidades u organismos de alto nivel en los que requiera de una formación específica de alto nivel y la buena oratoria solo sea un valor que se supone.

Habrá que colocar a Colau y no será fácil. En Madrid han tenido bastante con acomodar a Jaume Asens y a Gerardo Pisarello y no quieren más catalanes conflictivos. En Barcelona, o Colau gana los comicios con autoridad, o la venganza será cruel por todas las enemistades que ha causado durante ocho años. Cataluña es cobarde con el poder, pero es vengativa con quien lo pierde y entra en el ocaso. Ni las cooperativas de amigos a las que ha regado con abundante dinero público en una actitud de extremo clientelismo podrán darle acomodo enseguida que alguien corte el grifo tras comprobar la inutilidad social de esa inversión pública en la mayoría de los casos.

Y el activismo no da para comer, es una lástima. Sobre todo, porque la alcaldesa buñuelo podría serlo de cualquier cosa moderna. Para pagar las facturas resulta más útil justo lo que Colau desdeña que dedicarse a reventar actos o a ser comprensiva con los ocupadores ilegales de viviendas. Quizás por eso en su día ya se desenfundó el traje de abeja Maya y decidió probar lo del coche oficial. En su capacidad de adaptación al 29 de mayo radicará la verdadera catadura moral de quien es capaz de ejercer todos los papeles de una tragedia urbana como la vivida por la capital catalana durante su mandato.