Cataluña ha dejado de ser esa comunidad previsible de antaño. En tiempos no muy lejanos, los negocios eran predecibles, serios y contextualmente razonables. Tras el decenio procesista nada es como solía. Las dudas son cada semana más numerosas que las certidumbres. Veamos:
1.- La presidenta de Junts per Catalunya, Laura Borràs, declara esta semana en un juicio muy mediático sobre sus presuntas corruptelas de gestión cuando dirigía la Institución de las Letras Catalanas. Salvo improbable sorpresa, las posibilidades reales de la política independentista para librarse de una condena son mínimas. La filóloga ha simbolizado en los últimos tiempos la resistencia numantina de un nacionalismo radicalizado con el que pretendían mantener el poder de la antigua Convergència en una versión actualizada del que Jordi Pujol practicó durante décadas.
Será difícil, por no decir imposible, que Borràs continúe su vida política como hasta la fecha y con ella decaen un grupo de políticos que han hecho de la radicalidad una bandera: Quim Torra, Francesc de Dalmases, Aurora Madaula… La que fuera presidenta del Parlament, una burguesita de la Cataluña interior, se los llevará por delante junto a la condena que el tribunal decida imponerle ante unos hechos difícilmente rebatibles. Sobrevive, eso sí a kilómetros de distancia, el valiente de Waterloo. Quizá también por eso la elección de un abogado como Gonzalo Boye, que no logrará la absolución de su clienta, pero tiene tablas como agitador. El discurso de que la supuesta chorizada de Borràs no existe y se trata de una persecución política del Estado contra la dirigente secesionista no cuela ni para los suyos, que poco a poco abandonan el barco de solidaridad y ya han descartado a doña Laura como eventual candidata a presidir la Generalitat.
2.- Puede que al leer estas líneas esté nevando en el litoral barcelonés, un inusual fenómeno atmosférico y más aún en tiempos de nuevos paradigmas climáticos. Ni esa nieve ni la lluvia que venga detrás parecen suficientes para conjurar el enorme peligro de sequía que se cierne sobre Cataluña. Hay pantanos a punto de abrirse y sobre todo se echa en falta una actuación decidida, previsora y planificadora de la Agencia Catalana del Agua (ACA). Sin embargo, ni están ni se les espera con la decisión y contundencia que debiéramos esperar ante una situación tan grave y anunciada como esta. Exceso de funcionarios y de funcionarización en asuntos tan nucleares.
3.- ¿Qué le pasa a Jaume Roures? Se metió en el tuétano del Barça, tiene una excelente posición para tener un papel relevante como accionista si el club se acaba transformando en una sociedad anónima deportiva, y parece recuperar su negocio vinculado a los derechos televisivos del fútbol.
Si todo eso está bajo control, ¿por qué Roures carga contra el Barça a propósito del asunto del árbitro que cobraba del club? El affaire que ha hecho recordar a José María Enríquez Negreira guarda enorme relación con una forma de proceder muy catalana, muy propia del 3% o de los asuntos de Fèlix Millet y el Palau de la Música. Son de idéntica raíz. ¿Qué interés puede tener el productor por cargar contra un presidente que ya controla en la distancia?
Lo que es seguro es que el empresario audiovisual no teme, como el Gobierno español y su Departamento de Exteriores, por el encargo de Laporta a la constructora turca para remodelar el estadio del FC Barcelona. Todos imaginan qué puede llevar aparejado, detrás o depositado en un paraíso fiscal, el concurso/licitación que ha dejado fuera a las grandes empresas españolas. Pero a Roures le tiene más ocupado otro asunto: cómo acabar controlando la entidad al estilo de los magnates rusos, árabes o chinos.
4.- Vaya lío monumental en Grífols. La empresa familiar exitosa, sistémica en EEUU y no sé cuántas cosas favorables más ha pasado a ser protagonista de un incierto devenir sobre su futuro y, en concreto, sobre el management. La familia ha tenido que salir tarifando de las primeras posiciones de los órganos de gobierno y cuando las han trasladado a un ejecutivo externo apenas les ha durado el tiempo necesario para que el nombramiento y la dimisión no coincidieran en la prensa.
Grífols ha perdido algo más del 25% de valor de cotización bursátil en el último año. Ha dejado de ser aquella acción glamurosa del mercado que incluso podía resistir pandemias o delirios de grandeza de sus propietarios. Víctor Grífols, el millonario de Sarrià que dio lugar al crecimiento de la compañía y la convirtió en un grupo deseado por grandes farmacéuticas mundiales, ha entrado en barrena. Casi en paralelo se han desangrado los Grífols y el independentismo que auspiciaban.
Quizá es que la empresa de plasma les importa poco ya. Y por eso andan haciendo ofertas a un importante grupo de comunicación catalán para tomar una participación relevante en el capital. Solo faltaría que los Grífols tuvieran una herramienta mediática a su servicio para pregonar secesionismo. Por fortuna, el propietario les ha dicho que no. Otra cosa será qué pasará el día que el octogenario rector no esté al frente del business.