El Barça vive una época de vacas flacas. Todo lo que puede salir mal sale mal. No hay dinero, no hay gol, no hay un referente claro, cambios en el banquillo, lesiones, la retirada del Kun por los problemas coronarios, el caso Benaiges, descolgados de la Liga en diciembre, eliminados de la Champions… Un verdadero desastre que duele más porque el equipo viene de donde viene, de vivir su época más gloriosa. Menos mal que los jóvenes dan algo de esperanza, pero eso es un proyecto a medio plazo, algo que no le sirve a un club que necesita y vive de resultados inmediatos: buena parte del presupuesto depende de ello. Es por esta razón que el Barcelona debe preocuparse en especial por la manera de ingresar más dinero, algo que pasa necesariamente por el nuevo estadio. Y va muy tarde.
El Barça necesita un nuevo campo como el comer. El Camp Nou está a punto de alcanzar la edad de jubilación y presenta los achaques propios de sus años, entre otras cosas porque no se ha invertido nada en las instalaciones, más allá de las urgencias por el deterioro --la histórica división de la masa social está retrasando las obras--. El equipo azulgrana ha jugado más de la mitad de su vida en este escenario; nunca estuvo tanto tiempo en ningún terreno de juego. Ni en el Velódromo de la Bonanova, ni en la carretera de Horta, ni en el Mas Casanovas, ni en la calle Muntaner, ni en la calle Indústria (actual calle Londres), ni en Les Corts. En ninguno. Los sucesivos cambios de feudo se debieron al crecimiento de la entidad y del interés por el fútbol (y viceversa), gracias a cracks como Kubala, por lo que se dieron, básicamente, por necesidad, para aumentar el aforo y recaudar más en concepto de ticketing. Pero estamos en otro escenario y el mayor número de asientos --y eso que el Camp Nou es el más grande de Europa-- es insuficiente; hay que adaptarse a la nueva era.
El nuevo estadio, o la reforma del Camp Nou, no es un capricho. El Real Madrid ya ha hecho los deberes y, antes, los hicieron otros. El nuevo Bernabéu es una caja de muchos y muy diversos negocios, no todos alrededor del balompié. El fútbol moderno, el del dinero, relega el deporte a un rincón, aunque este sigue siendo el hilo conductor de toda la historia. Los nuevos estadios están pensados para proporcionar entretenimiento de las más diversas formas, para retener el mayor tiempo posible al visitante, para que gaste más en productos y diversión de lo que lo hace si solo se le ofrece un partido.
Se trata de convertir estos espacios en una especie de parques temáticos, con artículos y contenidos muy variados, un universo paralelo para los clientes, que saben cuándo entran, pero no cuándo salen ni lo que se encontrarán. Un plató también en el que los propios aficionados pueden crear y compartir contenidos. Eso sí, para que esto funcione, el producto (el equipo) debe ser atractivo, y para ello hay que invertir en la contratación de talento, algo muy difícil sin dinero. Lo uno va ligado a lo otro. Por ello, la nueva casa del Barça ha de ser una cuestión prioritaria para socios y directivos, porque la entidad empieza a quedar rezagada en la era del fútbol-negocio, por más que esté dando algunos pasos en el sector audiovisual.