Es un país en el que el centro de las críticas es la policía. Los agentes de los Mossos d’Esquadra reciben las pullas de dirigentes del mismo partido que gobierna en la Generalitat. Y el consejero de Interior, Miquel Sàmper, trata de establecer un ridículo equilibrio, forzado, porque no puede decir abiertamente que los cuerpos de seguridad están para garantizar el orden en las calles. Y acaba admitiendo que ¡se debe revisar el modelo! Dicen los partidos independentistas que se trata de un sistema policial cuyo objetivo es “intermediar” y, mientras, las calles arden, con un personal que rompe el mobiliario urbano --porque le da la gana--, sucursales bancarias, negocios y cualquier cosa que se ponga por delante.
Los perfiles de ese personal son los mismos que los que protagonizaron las guerrillas urbanas en octubre de 2019. Entonces, se trataba de “entender” las protestas por la sentencia del Tribunal Supremo por el 1-O. Ahora se asegura que se trata de denunciar la falta de “libertad de expresión”, por el caso de Pablo Hasél. Y la mentira se acaba interiorizando, porque una gran parte de la sociedad catalana ha perdido en todos estos años cualquier sentido de la realidad, infantilizada por los dirigentes independentistas y por una izquierda alternativa inane, perversa, que no es capaz ni de condenar la violencia cuanto la tiene ante sus ojos.
Es Podemos, y es la CUP, en Cataluña. Es una mala señal que ERC haya abierto el baile, para buscar un acuerdo de investidura para Pere Aragonès, con la CUP. Los anticapitalistas han marcado la agenda política desde 2015, y pese a los pésimos resultados, todavía siguen ahí, como un objeto de deseo. Son los mismos que creen que se debe luchar en las calles y que todo obedece a una enorme desigualdad social. Y esa desigualdad existe, es cierto, pero resulta que uno de los valores centrales de la izquierda, como bien recordaba Tony Judt en el libro que muchos tenemos de cabecera, Algo va mal, es el orden.
No se beneficia a los pobres con las luchas violentas en las calles. Al contrario. Son los más perjudicados, porque la economía catalana corre ya el riesgo de caer en una gran pendiente. No hay nadie al frente, se confía en fuerzas como la CUP para garantizar un gobierno de izquierdas con los Comuns, cuyo referente en España, Podemos, mira con condescendencia la violencia callejera. Y la fuerza mayoritaria en las ciudades con mayor renta, Junts per Catalunya, ataca a los agentes de seguridad por el accidente --lamentable-- que le ha costado un ojo a una joven de 19 años. Es el mundo al revés. Es un país que ha perdido el norte.
Políticos y algunos analistas señalan que se trata de un malestar social --que existe, nadie lo niega-- pero nada justifica en Cataluña y en el resto de España esas imágenes de exaltados quemándolo todo a conciencia. Hay que volver a los clásicos, a los referentes, a los que han mostrado en la historia reciente su valentía. Y nadie mejor que Pasolini. El cineasta, poeta e intelectual tenía el valor de asegurar que sus amigos eran los policías y no los jóvenes burgueses que protagonizaban las protestas violentas en Italia en mayo de 1968. Precisamente, también Judt criticó con fuerza aquellas revueltas que, con un carácter marcadamente individual, iban en contra de los propios ciudadanos con menor renta, contra la clase obrera que precisaba de lazos solidarios y comunitarios.
Pasolini lo tuvo claro, y lo expuso en su poema El PCI a los jóvenes. “Cuando ayer en Valle Giulia os liasteis a mamporros con los policías, ¡yo simpatizaba con los policías! Porque los policías son hijos de pobres. Vienen de las periferias: campesinas o urbanas, no importa”.
Tengamos en cuenta el salto en el tiempo, y las diferentes circunstancias. Pero comprobemos dónde tiene buenos resultados la CUP, o esa izquierda alternativa que vive con cuatro ideas periclitadas. Y verán que la mentira es colosal.
Mientras… hay unos políticos que siguen negociando la formación de un nuevo Govern, y que son corresponsables del caos con los cánticos que han dejado para la posteridad en todos estos años: “Els carrers seran sempre nostres” ("las calles serán siempre nuestras").