La situación ha cambiado por completo en España. También en Europa y en el resto del mundo, que ha comprobado cómo una epidemia se ha transformado en una pandemia, producto de un proceso de globalización que ahora se antoja que ha ido demasiado lejos. Pero, al margen de ese debate sobre las relaciones comerciales y el flujo constante de personas –que se podría replantear— en España la cuestión ahora es establecer un nuevo periodo en el que prime la colaboración y un sentido de comunidad. La declaración del estado de alarma, que anunció este viernes el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tuvo unas primeras reacciones que indican esa posibilidad. “Estaremos a la altura de las circunstancias y apoyaremos al Gobierno”, aseguró el líder del PP, Pablo Casado.
Aunque España sufre una parálisis institucional desde hace unos años, con muchas dificultades para constituir un gobierno sólido –desde las elecciones generales de 2015, que se repitieron seis meses después, en junio de 2016—es ahora cuando se ha producido un punto de inflexión: o todos los partidos políticos, instituciones y el conjunto de la ciudadanía colabora y asume que hay una comunidad política con retos comunes, o todo el edificio se puede desmoronar en poco tiempo.
Puede ser un cambio de tercio en ciernes, que deje de lado conflictos que se han demostrado estériles, como el que se ha desarrollado en Cataluña desde 2012. Una prueba de que ya parece algo caduco es que se ha aplazado la mesa de diálogo entre el Gobierno y la delegación de la Generalitat. Sería poco comprensible que se hubiera mantenido, aunque fuera de forma telemática.
Los presupuestos para 2020, los que manejaba el Gobierno de Pedro Sánchez ya no tendrán ninguna conexión con la realidad, y el marco que establece la Comisión Europea ya es distinto, pese a los temores de Christine Lagarde al frente del Banco Central Europeo y de la Comisión Europea, que dirige Ursula Von der Leyen. Y, lo que es más importante, la oposición formada por el PP, y Ciudadanos –Vox está totalmente en fuera de juego y demuestra ahora su falta de solidez—exigirá al Gobierno que camine en una línea muy distinta, con la agenda centrada únicamente en la cuestión sanitaria, en la económica y en las reformas que sean necesarias.
¿A Pedro Sánchez le puede venir bien ese cambio de tercio? Al margen de si le puede gustar más o menos –todo un proyecto, aunque también lo improvisó, junto con Unidas Podemos se cae de forma precipitada— podría estar obligado a ello.
El reto no será sólo para Sánchez. Es también para Pablo Casado. El líder del PP, que ha tenido tentaciones, como la de criticar la gestión sobre el coronavirus justo un día antes de que Sánchez decretara el estado de alerta, debe medir sus apoyos con la crítica a todo el modelo de estado que se construyó en la transición. “Ya dijimos que era necesario un mando único: el control de una pandemia no atiende a límites territoriales, administrativos ni competenciales”, señaló.
Eso puede ser cierto, pero entonces Casado, a medio plazo, deberá colaborar para presentar alternativas viables para un país que sufre periódicamente crisis de cohesión interna, pero que no es y difícilmente será un estado unitario. Y, al mismo tiempo, los nacionalistas que han reclamado un estado propio también deberán asumir que ya no se puede seguir instalado en el siglo XIX y que hay que arrimar el hombro para superar los grandes obstáculos del nuevo mundo tecnologizado, abierto y también vulnerable.
El cambio de tercio también puede ocurrir para otros muchos ámbitos: la adaptación de las empresas a los nuevos tiempos, que pasan por el teletrabajo y el funcionamiento por objetivos; la agilidad de las administraciones, y algo muy importante: todo país necesita a dirigentes políticos con capacidad, que sean respetados y que generen respeto. Tal vez ha llegado el momento de generar esos cambios.