El esquema del tradicional sistema bipartidista en España se rompió con la irrupción de Podemos, y justo después con Ciudadanos y de forma más reciente con Vox. El sistema político español se ha caracterizado, desde la transición, por un bipartidismo imperfecto, con un centro-derecha encarnado en tres formaciones sucesivas: UCD, Alianza Popular y Partido Popular, y un centro-izquierda que ocupó muy rápidamente el PSOE, con el PCE y luego Izquierda Unida en un lugar subalterno. Los partidos nacionalistas, el PNV y CiU, completaban mayorías. Era un esquema que, por ser el conocido y porque había servido al progreso de España –seamos honestos, a pesar de todas las dificultades y algunas deslealtades— gustaba especialmente a los políticos más veteranos, como Alfredo Pérez Rubalcaba, que suspiraba por ello en la etapa del tripartito en Cataluña, con la negociación del Estatut. Pero ahora todo eso se ha roto, y se debe admitir que habrá pluralidad política, que en el juego hay más actores y que es consustancial a una sociedad moderna que consume series televisivas a la carta, que, a través de las nuevas tecnologías, asume su fragmentación.
El problema, tras aceptar esa pluralidad, es ver qué se puede hacer en beneficio de la gobernabilidad. Lo sucedido en el debate de investidura, además de que no ha logrado la formación de un nuevo gobierno, presenta un elemento muy triste que se debería abordar con valentía: discursos que recuerdan el Frente Popular de la República, el de Santiago Abascal; palabras duras sobre una “banda” en referencia al PSOE, por parte de Albert Rivera; la derecha y los extremos, los separatistas y los populistas que “rompen España”. Se trata de algo que un ciudadano español ha superado, que ni recuerda ni tiene ningún deseo de recordar. ¿De verdad consideran Abascal, Rivera, Iglesias, o el propio Sánchez que hay tantas diferencias ideológicas en España?
Ese es el reto. No se trata de reducir las diferencias, de hacer homogéneo lo que es plural, sino de ver el denominador común de una sociedad moderna, en un estado que presenta carencias importantes, pero que tiene también una enorme potencialidad. Entre los nombres citados no aparece Pablo Casado. Y es que el líder del PP mostró en el debate la talla política más alta. Ha cometido errores. Graves. Dejarse arrastrar por Vox no llevaba a ningún lado. Pero parece que ha rectificado. Señaló Casado que puede colaborar con el PSOE, si Sánchez entiende que los dos partidos pueden “ampliar el centro”. Y esa es la gran oportunidad que se presenta.
Mantener los bloques ideológicos a estas alturas en un país como España puede constituir una enorme tontería, por suavizar los términos. A pesar de lo que se apunta, desde los extremos, en España no ha habido una política económica neoliberal. De hecho, no existe en los países centrales de la Unión Europea. Lo que hay es una especie de socialdemocracia light, o liberalismo de izquierdas, que ha mantenido las bases de un estado de bienestar que sigue siendo un privilegio en el mundo, producto de la II Guerra Mundial. ¿Qué se intenta explicar con esto? ¿De verdad alguien se cree que la política de Cristóbal Montoro, por ejemplo, era la propia de un neoliberal de derechas, prácticamente un libertario?
Si España ha transformado su sistema político con más actores, ya no debe ser un anatema que dos partidos, antes muy grandes, puedan colaborar. Habrá puntos en común y otros que se deban mantener distantes, pero, después del ridículo y del fracaso de una opción como Ciudadanos, que ha renunciado a un papel histórico, el PSOE y el PP podrían desencallar el marasmo político en España. No para anularse, sino para mostrar que se puede avanzar desde el centro, con una política fiscal más justa para las clases medias, con más exigencias a las rentas del capital, con más seriedad en las políticas de inmigración, con una política exterior rigurosa al lado de Francia y Alemania (porque además son los dos principales socios comerciales). No es tan difícil.
Todo lo demás, es retórica. El discurso de Abascal, vamos a decirlo, no asusta. Lo que da es risa. ¡Habla del Frente Popular! ¿Quién se lo cree? Lo de azules y rojos de Rivera es otra tontería. Hay españoles más conservadores y más progresistas, pero con cuestiones que se entrecruzan. Lo que hay es más diferencias entre personas que viven en entornos con más posibilidades y oportunidades, en ciudades grandes, o en entornos rurales y ciudades pequeñas, con menos servicios. Lo que hay es personas con más o menos formación, con más o menos herramientas para un mundo que avanza de forma veloz. Esas son las diferencias de verdad. Pero no hay dos bloques ideológicos enfrentados, que se nieguen a establecer acuerdos.
Tal vez ha llegado la hora de teatralizar menos. Y hablar, como ya se dijo en esta columna, de policies, y no de politics. Porque mantener el discurso de estos días causa vergüenza ajena, no ya en catedráticos de avanzada edad, sino en ciudadanos que, sin tener tanto tiempo para dedicar a las cuestiones públicas, quieren ser responsables y siguen teniendo --y que dure— una cierta ingenuidad y buena voluntad.