El juicio del 1-O nos está dejando impactantes noticias de alcance científico. Al parecer, el pacifismo y el autogobierno forman parte del ADN de los catalanes. Así lo aseguró el presidente de Òmnium, Jordi Cuixart, en su declaración como acusado ante el Tribunal Supremo. La proclama casi pasó desapercibida, pues después de casi 40 años de nacionalismo, ya no sorprende que un dirigente independentista insinúe que los catalanes están hechos de otra pasta, es decir, que pertenecen a una raza diferente a la española.

Lo sostiene Quim Torra en numerosos artículos supremacistas, ya olvidados, pues el procés siempre se supera a sí mismo. Lo defiende la expresidenta del Parlament, Núria de Gispert, reconvertida en hater en las redes sociales, donde vomita xenofobia contra Inés Arrimadas, aunque lo hace con menos ínfulas literarias que Torra. Antes que él fueron Jordi Pujol --"el andaluz es un hombre poco hecho que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural”-- y Heribert Barrera --"hay que evitar por todos los medios otra invasión de población no catalana"--.

Ante tanto exabrupto de los padres fundadores de la patria catalana contemporánea, es normal que apenas se dé importancia a las reflexiones que Cuixart hizo ante los jueces. “El autogobierno de Cataluña, la Generalitat, forma parte genéticamente de este imaginario colectivo que tenemos como país”. Toma. “El pacifismo está en el ADN de los catalanes”. Zasca. ¿Frases hechas?

Analicemos las palabras de quien ha tomado las riendas de una institución, Òmnium, que nació con la finalidad de promover la cultura y la lengua catalana --nada que decir--, pero que mutó en fuente de financiación del independentismo --quid pro quo, pues hasta hace cinco años se beneficiaba de millonarias ayudas del Govern y de la herencias intestadas que le permitieron instalarse en un casoplón del Eixample de Barcelona--. "La Generalitat forma parte del código genético de los catalanes". ¿De los que viven y trabajan en Cataluña?

En tal caso, Torra estaría atacando de forma física a sus ciudadanos, pues hace casi un año que no gobierna, que no legisla, que no aprueba unos presupuestos que permitan revertir recortes. Que no activa esa institución tan genéticamente catalana como es el Govern, que dice Cuixart. Podrán alegar que el presidente legítimo, Carles Puigdemont, está “exiliado” y que, por tanto, Cataluña vive en una situación de excepcionalidad. Pero tampoco parece que el “Consejo de la República” instalado en Waterloo esté defendiendo las esencias de esa Generalitat inherente al ser humano catalán. No tiene dinero, ni contactos internacionales, ni hoja de ruta.

Cataluña, en definitiva, sufre la parálisis de unas instituciones baqueteadas desde el 6 y 7 de septiembre de 2017, cuando neoconvergentes, republicanos y antisistemas aprobaron las leyes de ruptura en un Parlament partido en dos. Desde entonces, esa Generalitat tan biológicamente catalana funciona a medio gas. Hace meses que la aplicación del artículo 155 dejó de ser una excusa, pero el Govern sigue secuestrado por un secesionismo que tira de agitación y propaganda para permanecer vivo. Habrá que esperar a que el Supremo dicte sentencia y Torra, así se prevé, convoque elecciones. Ya tarda.

Por otro lado, el presidente de Òmnium asegura que el pacifismo forma parte también del ADN catalán, pero esa frase está aflorando lo peor de mí, que soy catalana. A los doctores del procés les pido que saquen de mí ese nacionalismo genético, pues nada hay más peligroso que un discurso basado en las bondades de una raza en detrimento de otras. Apelar a un supuesto ADN catalán, ese que, según el cerebro de la hacienda catalana, Joan Iglesias, nos hace menos proclives al fraude fiscal --lo dice en su libro prologado por Artur Mas--, es tan perverso como engañoso. Bajo mi punto de vista, es la gran fake new del juicio del 1-O.

Obviamente, los procesados tienen derecho a mentir ante el tribunal. Pero nunca pensé que llegarían tan lejos.