Difícil Europa
La construcción de una Europa unida ha sido uno de los mejores proyectos políticos de la segunda mitad del siglo pasado. Sus impulsores iniciales y aquellos dirigentes que se fueron sumando con los años estimularon una ilusión que pasaba por ceder porciones de soberanía hacia una iniciativa de rango superior.
No sólo se construía un nuevo mercado unificado, aunque esa siempre fue la primera aspiración, sino que también se lograba usar el proyecto como mecanismo para conjurar los peligrosos nacionalismos que sacudieron el continente en la primera mitad del siglo XX.
La imperfección del proceso, la incapacidad de ponerle una velocidad de crucero mayor, y los callos regionales que hubo que pisar fueron los que han acabado torpedeando la construcción de la Unión Europea. Que circulara una moneda común, que hubiera antes una unidad de cuenta (¿recuerdan los ecus?) que una misma fiscalidad en todos los territorios hacia difícil creer en el éxito de la aventura.
Después ha sucedido similar con la unión política. Los Balcanes y sus conflictos, los refugiados y su drama, los límites a la solidaridad interregional, los modelos económicos de austeridad en el gasto, la inmigración como fenómeno, las diferentes concepciones de la democracia... son todos ellos asuntos en los que la UE no anduvo especialmente diligente para mostrar al planeta su capacidad de aglutinar y su utilidad como confederación de estados.
Los británicos no han decidido marcharse porque hayan detectado estos errores, sino porque han sido desde el minuto cero parte fundamental de los consecutivos pinchazos del Viejo Continente. Sus palos en las ruedas han sido constantes. En las últimas horas, algunos de los euroescépticos del Reino Unido tuvieron la desfachatez de sobrarse en una especie de adiós ante el Parlamento Europeo, una de la instituciones de soberanía política de la UE.
La Unión Europea no tiene problemas porque el Brexit provocará uno de los días de San Juan con más incendios y petardazos políticos de la historia. Los tiene por sí misma, en tanto que necesita aclarar cuál será su futuro ahora. Los estados miembros deben decidir si prosiguen como en una especie de alianza tácita de mercados o si, por el contrario, avanzan en tapar las grietas comunitarias que permiten cargar de razones a los euroescépticos.
Difícil tarea cuando enfrente del proyecto más interesante de nuestra historia se sitúan los nacionalismos, la extrema derecha o los populismos radicales de izquierda. La UE avanzaba por una senda de orden y moderación transversal cuya recuperación es tan necesaria para el proyecto como la autocrítica a las imposiciones y políticas indiscutibles que se han aplicado desde el nacimiento de la unión. Eso y una necesaria dosis de flexible generosidad a quienes sí permanecen en el club comunitario sería capital para mantener alto el espíritu europeo en este siglo XXI.