Crónica de un fracaso anunciado
No hay nada que hacer, nos quedamos sin presupuesto y, de paso, sin independencia. Lo que hizo ayer Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat, al pedir que se le dé un voto de confianza en septiembre es ganar tiempo en un proceso acabado, del que no se espera más que conocer cómo se disolverá y cómo recuperarán la normalidad sus principales actores y dirigentes.
Que la independencia es un fracaso data del 27 de septiembre de 2015. Es la crónica de un fracaso anunciado. No querer verlo es una estúpida resistencia ante la frustración del resultado, que en clave de plebiscito dejó a los soberanistas hechos unos zorros. No ganaron la votación en el sentido de sí o no, pero pensaron que podían gobernar y mantener su disposición política desde las instituciones. Y ahí es donde la CUP, más pragmática, menos patriótica de primer plano, les ha traicionado en su voluntad de proseguir a cualquier precio.
Que los antisistema no darían apoyo a un presupuesto autonómico, no del todo social y liderado por un híbrido de dirigentes que oscilan entre la socialdemocracia y los liberales es de Perogrullo. Que CDC y ERC serían incapaces de pactar con ellos políticas concretas, también era algo previsible. No hay flujo de ideas entre posiciones tan extremadamente distantes, resulta difícil que mientras unos quieren situarse en el centro político otros deseen cargarse a los que intentan ocupar esa posición. No hay patria que lo aguante, ni identidad que soporte esa compleja argamasa.
El etéreo concepto de la independencia ha sido usado con exceso para casi todo. Y, más allá de su envoltorio teórico, es inservible para vivir en este tiempo y en este país. Costará aceptarlo para aquellos más románticos, pero empieza a ser admitido por los pragmáticos.
Leer comentarios y ver las redes sociales en las últimas horas empieza a ser la mejor manera de comprobar como el independentismo pierde fuelle y sus principales valedores buscan acomodo en otros espacios. Sólo los más recalcitrantes, los nacionalistas más totalitarios, están empeñados en la quimera. El problema que combaten no es la CUP, el nacionalismo español o el desinterés europeo: resulta más sencillo, sus votos son insuficientes y sus apoyos cada día más escasos.