La semana 46 del 2019 está siendo algo movidita. Comenzó con un terremoto que se llevó por delante a Albert Rivera y siguió con el pacto exprés entre PSOE y Unidas Podemos para formar Gobierno. A todo esto, el maremoto independentista sigue activo, aunque el 10N los activistas tuvieron la decencia de comportarse y respetaron el derecho a voto. Un voto que dio la victoria a ERC en Cataluña y que, como en el conjunto de España, premió a Vox y castigó a Cs, como pude comprobar en el recuento de la mesa en la que participé.
¿Anécdotas de mi jornada como vocal? Varias. Que recuerde, un muchacho introdujo, por error, la papeleta del Congreso y la del Senado en el mismo sobre… y cuando se dio cuenta ya era tarde; una chica indecisa se acercó, al menos, tres veces a las urnas a lo largo de la tarde y, al final, votó (nulo, lo dijo ella); también ejerció su derecho una mujer de 99 años fresca como una rosa; otro indeciso llegó con dos sobres blancos con distintas opciones y eligió uno al azar; un señor, lobo viejo, nos sugirió que, si el recuento no cuadraba, apuntáramos algún voto nulo de más —no hizo falta seguir su consejo—; a todo esto, se rumoreaba que algún ciudadano sagaz está registrado como analfabeto, por lo que nunca le llamarán para formar mesa; y, para terminar, el apellido 155 del censo correspondía a un hombre que, muy simpático y con risa nerviosa, comentó que era “un mal número”, que le gustaba más el 666. Por cierto, los nombres de la lista y el DNI no siempre coinciden.
Una cuestión bonita y llamativa de la jornada electoral es la conexión que hay entre las personas —una lástima que no lo aprovechemos en estos tiempos de división—. Porque, de repente, se forman colas en las urnas —hay que mantener la calma—, parece que todos hayan quedado a la misma hora para votar; y, de repente, no hay nadie. Del mismo modo, es muy curioso que ciudadanos que nada tienen que ver entre sí, pero correlativos en el censo, acudan al colegio en el mismo instante. Asimismo, todas las mesas del local íbamos a la par, con igualdad hasta el final en números absolutos y relativos. Extraordinario. Y parece mentira la colección de DNI y otros documentos identificativos que pudimos haber hecho de no avisar a sus propietarios de que se olvidaban algo...
También comprobé que los dos datos de participación oficiales durante la jornada hay que tomarlos con cautela. Si bien es cierto que los responsables nos preguntaron cuánta gente había votado en las primeras horas, nadie nos pidió las cifras por la tarde. Añado que por mi mesa pasó el 74,85% del censo —en la media de todo el municipio—, mientras en el conjunto de España lo hizo casi el 70%. Por lo tanto, otra cuestión que constaté es que, a pesar del hartazgo, los ciudadanos siguen con ganas de votar y de dejar en manos de los políticos, sus —nuestros— representantes, el desbloqueo de la situación. Además, contamos escasos votos nulos y en blanco. La gente se lo toma más en serio que los que mandan.
Hablando del recuento… el sistema deja algunas dudas, especialmente en lo que se refiere al Senado. En el Congreso, a fin de cuentas, tienen que coincidir sobres y papeletas, y los apoderados están por allí para denunciar cualquier irregularidad que detecten (les agradezco que nos dejaran trabajar tranquilos, sin entrometerse). Pero en las elecciones a la Cámara Alta, donde se anotan los nombres a mano, la sensación es que cualquiera puede alterar los resultados (queriendo o sin querer). De hecho, aquí ni siquiera se quedaron los representantes de los partidos —denota que les da absolutamente igual el Senado, que “no sirve para nada”, como escribió un elector en un sobre—, aunque había en el local dos personas de la Administración para resolver dudas.
Tuve suerte con el presidente y la primera vocal de mi mesa, que llegó con unos minutos de retraso (¡menos mal que apareció!, porque su suplente nos hubiera dado el día… ¡solo hacía que quejarse!). Compartíamos buen humor con otra de las mesas. Competíamos por ver cuál tenía más votos. La jornada se hizo así más llevadera. Terminamos a eso de las once y media de la noche, sin tener ni idea de cómo iban los resultados en el conjunto de España. Y después de cobrar por los servicios prestados —en un sobre, lo que te hace sentir como alguno de los políticos electos en los últimos 40 años—. Solo estas remuneraciones nos cuestan a todos más de 11,5 millones de euros. Pero ganó la democracia.