La actual crisis es diferente de cualquiera de las precedentes. Su origen no está en el ámbito económico, sino en el de la salud, pues la ha causado una pandemia. Por eso, el paso inicial para solucionarla no está en la realización de una u otra política macroeconómica, sino en la erradicación del Covid-19 por una vacuna o en su conversión en banal.

No obstante, hasta que una de las dos anteriores opciones se convierta en realidad, el ritmo de la mejora de la economía de cada país dependerá del de remisión de la enfermedad. Un rebrote, especialmente si obliga a ralentizar o paralizar la actividad en algunas de sus áreas metropolitanas más importantes, puede hacer que el PIB vuelva a disminuir.

En los últimos dos meses, los rebrotes han afectado a numerosas naciones europeas. No obstante, en España han tenido un mayor intensidad y repercusión económica. Una situación que descarta una recuperación en forma de V y, en el mejor de los casos, retrasa un año (desde 2022 al 23) la obtención del PIB de 2019.

Por tanto, aunque en nuestra nación su caída en el segundo trimestre haya sido superior a la de cualquiera otra de la Unión Europea (UE), la expectativa para el tercero es un avance inferior al de la mayoría de ellas. Una perspectiva que lleva a un gran número de economistas a prever una salida más lenta de la crisis en España.

Una conclusión de la que yo discrepo. Si una vacuna muestra una gran eficacia en el próximo semestre, tanto en 2021 como en los siguientes años, considero factible que crezcamos por encima de la media de la UE. Evidentemente, siempre que en 2022 o 23 no estemos obligados a reducir de manera drástica nuestro déficit público y llevarlo por debajo del 3%.

El principal motivo es la elevada capacidad de recuperación de la economía española. Una facultad demostrada en anteriores ocasiones y basada en gran parte en las especiales características de nuestro mercado laboral y en el carácter cíclico de algunos de sus principales sectores económicos..

No obstante, en esta ocasión también tendrá una elevada importancia la vuelta a la completa actividad de las denominadas actividades de contacto (restauración, comercio, transporte de pasajeros y ocio) y la disponibilidad de fondos europeos por valor de 140.000 millones de euros. Una suma que permitirá ayudar a los sectores más afectados, modernizar y digitalizar nuestras empresas y transformar en más verde y sostenible a nuestra economía.

En las dos últimas crisis, una vez el gobierno pudo dejar de realizar políticas restrictivas, el PIB español creció más que el de la UE. Entre 1994 y 2000 lo hizo a una media del 3,7%, un punto más que los países del área. En la etapa 2014-2019 la diferencia fue seis décimas (2,6% versus 2%).

En la primera, las claves del diferencial de crecimiento fueron una devaluación de la peseta respecto al marco en un 28,6% y la realización de reformas estructurales que aumentaron la inversión y estimularon el crecimiento de la productividad. En la segunda, la compra de deuda por el BCE, un elevado incremento de las exportaciones y el boom turístico.

En ninguno de los dos casos tuvo una gran importancia la intensidad de la crisis previa. En 1993, la caída del PIB de la UE fue solo seis décimas menor que la de España (-0,4% versus -1%). En la última, la recuperación de nuestro país (una media del 2,6%) fue sustancialmente más vigorosa que la de otros tan o más afectados por la recesión en los años previos, tales como Portugal (2,1%), Grecia (0,9%) o Italia (0,8%).

Un mayor porcentaje de trabajadores temporales (21,9% versus 11,9%) y un número más elevado de pymes constituyen una rémora en las crisis, pues los primeros son muy baratos de despedir y las segundas tienen menos resistencia a los malos tiempos que las grandes.

No obstante, en las recuperaciones, la facilidad para incorporar asalariados con contratos distintos del fijo, la rápida aparición de multitud de nuevas pequeñas empresas y su vigoroso crecimiento generan un mayor incremento del empleo en nuestro país que en el resto. Así, por ejemplo, en 2014 España creó prácticamente la mitad de la ocupación generada en la zona euro.

En las dos últimas décadas, el turismo, la construcción y la automoción han estado siempre entre los cinco sectores con mayor aportación al crecimiento económico. Los tres tienen un carácter cíclico y son grandes impulsores del PIB cuando el viento sopla a favor y de su caída si lo hace en contra.

En la última fase expansiva, el primero tuvo una importancia decisiva, al lograr que entre 2013 y 2019 la cifra de turistas extranjeros pasará de 60,7 a 83,7 millones y los ingresos netos generados por ellos de 51.589 a 71.705 millones de euros. El segundo fue clave en el desarrollo económico logrado entre 2001 y 2006 al aumentar las viviendas iniciadas en un 42,6%, al pasar éstas desde 534.809 a 762.540 unidades.

En definitiva, en la actualidad nuestra situación es bastante peor que la de la mayoría de los países europeos, pues tenemos una economía basada esencialmente en el sector servicios y donde el contacto entre personas es esencial. No obstante, lo que ahora son nuestras debilidades, una vez remita la pandemia, pueden transformarse en fortalezas. Es lo que ha pasado otras veces y no hay ningún motivo importante para que no vuelva a suceder así.