Se habla mucho del desarrollo de las nuevas tecnologías como la principal fuente de desarrollo, progreso y modernidad de nuestra sociedad. Cuando lo hacemos nos vienen a la cabeza aplicaciones, teléfonos móviles, redes sociales, ordenadores, big data y otros conceptos similares. En cambio, muchas veces nos olvidamos de que hay otros sectores económicos, que aportan muchísimo al valor añadido de las cosas y que contribuyen de manera decisiva a optimizar nuestra calidad de vida y avance social. El sector químico y plástico en España, y particularmente en Cataluña, son punta de lanza de la investigación, la inversión tecnológica, la economía circular, del desarrollo de nuevos productos y de la creación de empleo de calidad.

Por su componente industrial, el sector químico igual no tiene el glamour de Facebook, pero aporta muchísimo en nuestra comunidad. En Cataluña se ubican casi 800 empresas que emplean a cerca de 40.000 personas directamente y hacen de este sector el segundo más importante en peso específico a nivel industrial. En Cataluña se factura el 45% del total de España, quinto país europeo en el sector con una facturación anual de unos 70.000 millones de euros.

En esta maravillosa parte de España –de manera muy destacada en Tarragona– se ubica el hub químico más importante del sur de Europa. Recibe cientos de millones de inversión extranjera, mejora nuestra balanza de pagos, paga salarios muy por encima de la media y crea decenas de nuevos proyectos de investigación y desarrollo cada año. Además de los grandes players como Repsol, BASF, Dow, Iberpotash, GCR Group, Puig, Ercros, CEPSA, Covestro, Titanlux o Clariant, es muy relevante en este campo el papel de nuestras universidades, centros de investigación y escuelas técnicas de primer nivel europeo.

Es obvio que para mantener la buena salud del sector químico-plástico las autoridades políticas tienen que poner los menos palos posibles en sus ruedas. Legislar en caliente, buscar titulares electoralistas contra ciertos productos poliméricos, una política fiscal que desincentiva la inversión tecnológica, limitaciones en el desarrollo de infraestructuras, unos precios desorbitados de la energía o no apostar claramente por el impulso de más y mejor formación profesional en este campo, son problemas que entre todos tenemos que ir minimizando si queremos que el sector siga funcionando de manera deseable.

La industria química global mantiene en estos momentos una situación financiera sólida con un bajo nivel de deuda. Sin embargo, el sector químico es un negocio cíclico, con gran dependencia de los cambios en la economía global, la evolución de determinados sectores como construcción, automoción o electrónica y los cambios en los costes de las materias primas, especialmente petróleo y gas. La evolución que tenga la ralentización de la economía china y la reducción de la demanda en otros mercados emergentes, podría afectar negativamente a los exportadores químicos; es uno de los grandes retos que afronta el sector.

Así pues, tenemos que estar muy atentos. Este sector, con cientos de empresas medianas, si es claramente apoyado por las autoridades nacionales, puede lograr el necesario escalado empresarial que permita que en pocos años tengamos más “campeones nacionales” que nos hagan más competitivos. Apoyar al sector químico es apostar por la calidad en el empleo, por la investigación, por la creación de valor añadido en nuevos productos, por la competitividad y por la internacionalización de nuestra economía. La empresa química y plástica es un valor seguro que no debe ser gratuita e interesadamente atacada para seguir siendo motor de nuestra economía y progreso.