Para Carles Puigdemont, ínclito president arrauxat de la Generalitat de Cataluña, y también para su alegre escuadrilla de empecinados pilotos sediciosos, las cosas comienzan a pintar feas, muy feas, por no decir en bastos, desde que el pasado sábado un muy cabreado Mariano Rajoy Brey, presidente del Gobierno del "vecino Estado fascista español", diera un contundente golpe en la mesa, en pleno consejo extraordinario de ministros, y pulsara --tras introducir los códigos de seguridad-- el botón de lanzamiento del misil número 155, que espera, ahora mismo, con las toberas en ignición a salir disparado de su silo subterráneo en La Moncloa a que el Senado acabe de ajustar las coordenadas del objetivo. Ya saben, eso de los grados, minutos y segundos de latitud y de longitud. No vaya a ser que las cosas no se hagan bien e impacte desintegrando a una señora con su carrito de la compra en vez de en el despacho presidencial de la plaza de Sant Jaume.

Desde que la noticia se hizo pública, todos los medios de comunicación del mundo mundial --que ahora sí que nos mira de verdad, aunque espeluznado--, los politólogos y los parroquianos del bar de la esquina, vamos matado el tiempo cruzando apuestas. Hay un montón de porras de lo más diverso en marcha, que pueden hacer que más de uno se forre. Les enumero algunas de las que mejor se pagan...

¿Seremos la primera región del mundo que pierde sus mil mejores empresas y un 30% del PIB en cuestión de días sin que Junqueras derrame ni una lagrimita de las suyas?

¿Osará proclamar Puigdemont la indapandansia y convocará, a renglón seguido, elecciones constituyentes, o vacilará y con expresión contrita soltará algo tipo: "Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir"? ¿Entraremos en el Libro Guinness de los Récords como la primera región del mundo que pierde sus mil mejores empresas y un 30% del PIB en cuestión de días sin que Oriol Junqueras, el vicepresidente económico, derrame ni una lagrimita de las suyas? ¿Se tirarán del tren Santi Vila, Meritxell Borràs y Carles Mundó segundos antes del trompazo final? ¿Romperá Colau con el PSC? ¿Tomará la CUP, con Anna Gabriel y los (m)Arran(os) del mambo al frente, las calles, formando muros humanos, logrando que España, Europa y el sistema (solar) se vayan al garete y volvamos todos al trueque y al koljós agropecuario soviético una vez expulsados todos los turistas? ¿Dejarán de hablar en español los maleantes, los macarras y las prostitutas en TVen3? ¿Dejarán los malditos gitanos presos en Soto del Real de cantar a los pobres Jordi Sànchez y Jordi Cuixart el Poromponpero y el Que viva España a la que salen a estirar las piernas al patio? Y lo que es más importante: ¿dejarán de enseñarle de forma soez al de la ANC el cipote gitano de Archidona, que tanta gloria y fama alcanzó --gracias don Camilo José Cela por las risas-- en la España franquista?

La lista es interminable. El dinero se apuesta con una alegría preocupante. Lo hacen, sobre todo, y de modo asombroso, los independentistas, que van con la cartera llena de fajos tras montar la protesta de hace unos días de retirar dinero. Ellos han sido los primeros en mover sus cuentas. La única diferencia es que yo me he llevado las mías a Bollullos del Condado y ellos las trasladan a Valencia o a Baleares. Nunca olviden, queridos lectores, que el buen nacionalista catalán, el ceballut, es absolutamente jingoísta, expansionista e imperialista. En esas comunidades se les antoja que tienen el dinero en casa, porque para eso llevan años envenenando el ambiente: “First we take Barcelona, then we take Valencia...”, parafraseando a Leonard Cohen.

Lo curioso de estas apuestas --les sigo explicando-- es comprobar con qué facilidad se revierte la tendencia así se van generando nuevas noticias o llega alguien sudoroso y con información privilegiada. Basta con que Carme Forcadell, Mònica Terribas, Turull, Rafael Catalá o Soraya Sáez de Santamaría abran la boca, o trinen en las redes, para que la confianza y el dinero cambie de bando.

El dinero se apuesta con una alegría preocupante. Lo hacen, sobre todo, y de modo asombroso, los independentistas, que van con la cartera llena de fajos tras montar la protesta de hace unos días de retirar dinero

El domingo o el lunes, sin ir más lejos, se supo que un tal Robert Casanovas, presidente del Comité para la Autodeterminación de la Cataluña Norte, ponía a disposición de Puigdemont una magnífica casa en Tesà, en las inmediaciones de Perpiñán, y que otro patriota, llamado Jaume Roure, Presidente de Unidad Catalana, lo estaba organizando todo "para que el Govern se pueda reagrupar, si lo desea, en la Cataluña francesa,  como ya ocurrió en el pasado".

Así trascendió esta información, más de uno abrió los ojos como platos, chasqueó los dedos cual Arquímedes de Siracusa y exclamó: "¡Eureka, ya lo tengo, están preparando el exilio, van a salir por piernas tras declarar la independencia!". Y otro, uniendo neuronas en perfecta sinapsis, concluyó: "Eso cuadra con el rumor de que Puigdemont ha enviado a su esposa, Marcela Topor, y a sus dos hijas, al extranjero".

Ni que decir tiene que los independentistas apostaron masivamente a que Mariano y sus misiles de la gama 155 dejarán Cataluña arrasada otros trescientos años, y que el único independentista que quedará es el chino filipino que vende las esteladas a precio de saldo.

Esa noticia inauguró múltiples líneas de apuestas, nuevas e insólitas: ¿Huirá Puigdemont por las alcantarillas, como Dencàs? ¿Lo hará en el Air Force One de la flota de helicópteros del Govern catalán, con Josep Lluís "Bueno, pues molt bé, pues adiós" Trapero a los mandos? ¿Harán escala en Cadaqués para repostar paella en casa de Rahola?

Como ven, queridos amigos, infinitas son las preguntas que nos asaltan a todos en estas horas aciagas. He optado por formularlas en tono absolutamente irónico. Espero que sean benevolentes conmigo. No me quedaba otra opción. Me niego a que estos energúmenos consigan hacerme llorar.