El 30 de diciembre, el PSC cambió de cartel electoral. A un mes y medio de las elecciones, Salvador Illa sustituyó a Miquel Iceta como candidato a la presidencia de la Generalitat. Una decisión lógica hace un año, pero sorprendente ahora por el momento elegido. Es adoptada en plena pandemia (Illa es ministro de Sanidad) y en el penúltimo minuto.

La sustitución me lleva a hacer las siguientes reflexiones:

--El PSC quiere ganar las elecciones. Siempre ha pretendido vencer en las generales, pero pocas veces en las autonómicas. Por distintos motivos, en la mayoría de éstas su objetivo era participar. Un ejemplo lo constituyen las tres contiendas en que lo lideró Raimón Obiols (1984, 88 y 92). En ellas, el partido preguntó a los electores si preferían el original o la copia y los votantes le respondieron otorgando en todas esas elecciones la mayoría absoluta a Jordi Pujol. Una decisión fácilmente deducible.

--Miquel Iceta no era un buen candidato. En las próximas elecciones, el PSC volvía a salir a participar. Iceta es uno de los políticos del partido mejor aceptados por los votantes independentistas, pero con un escaso tirón por parte de los constitucionalistas. Una percepción basada en que unos y otros lo consideran un nacionalista. Una cualidad insuficiente para que le voten los primeros y difícil de asumir, especialmente desde octubre de 2017, por un elevado número de los segundos.

--Las perspectivas electorales de Iceta eran decepcionantes.  En distintas encuestas, el líder del PSC no pasaba de los 25 escaños, a pesar del hundimiento de Ciudadanos. En la mejor situación, los socialistas ganaban 8 representantes, a pesar de que los liberales perdían más de 20. La conclusión era muy clara: la mayoría de los electores que se fueron no volvían.

No obstante, el resultado podía ser peor del señalado, pues Iceta suele perder votos durante la campaña electoral. Lanza mensajes para contentar a los que no le votarán y molesta a bastantes que lo iban a hacer. Así sucedió en 2015 y 2017, las dos contiendas en que fue candidato a la Generalitat. En ambas obtuvo 16 y 17 escaños, respectivamente, y logró los peores resultados del PSC. Incluso, Pere Navarro, en plena guerra civil de la formación, consiguió más que él (20).

--Salvador Illa tiene mejor imagen. Un candidato para tener posibilidades de ganar las elecciones debe reunir como mínimo dos cualidades: ser conocido por casi todos los electores (popular) y bien valorado por los que ideológicamente piensan como él (buena imagen). Ambas las posee Salvador Illa. No obstante, no disfrutaba de ellas antes de su paso por el Ministerio de Sanidad, pues era un desconocido para la mayor parte de los catalanes.

La mejor imagen le viene de tres características: es un político nuevo para el gran público, más serio y cualificado para la gestión que Iceta. Hasta ahora, a Illa dos y dos siempre le han sumado cuatro. Al líder del PSC, según el día, le podían sumar tres, cuatro o cinco. Sus contradicciones han erosionado sustancialmente su credibilidad, tanto entre la población como con la sociedad civil. Más de un empresario cree que reunirse con él es perder el tiempo, pues “hoy me ha dicho lo contrario que hace seis meses”.

El primer baile de Iceta fue un acierto. No obstante, constituyó un error repetirlo varias veces. A ningún líder le favorece ser denominado “el político bailarín” por una gran parte de la población. Les puede parecer simpático, pero también frívolo. Un pensamiento que dificulta notoriamente votarle. Por el contrario, Illa es la sobriedad personificada. Pase lo pase, está en su sitio y su tono de voz, su cara y su expresión es la que toca.

--Illa es un gestor, Iceta no.  En el Ministerio de Sanidad, el primero ha tenido que gestionar la pandemia. Un verdadero marrón que habría acabado con la carrera de la mayoría de los políticos que hubieran estado al frente de él. Es lo que les pasó a Ana Mato (el ébola) o Jesús Sancho Rof (la colza), siendo los problemas a los que tuvieron que hacer frente de una dimensión mucho menor que los generados por la Covid-19.

La frase del último: “el mal lo causa un bichito. Es tan pequeño que, si se cae de la mesa, se mata”, forma parte de la antología del disparate político. En el Ministerio, Illa ha sabido diferenciar adecuadamente los temas políticos de los técnicos, dejando éstos en gran medida en manos de Fernando Simón. Un gran acierto que le ha evitado quemarse.

Aunque una sustancial parte de los votantes no considera buena la gestión realizada por el Ministerio, el ministro ha salido reforzado de su paso por él. La población le ha creído cuando ha dicho: “lo he hecho lo mejor que he podido”. Un político que demuestra que se esfuerza mucho en el ejercicio de su cargo siempre tiene un plus de votos.

Por el contrario, Iceta no tiene interés por la gestión. Es difícil escucharle hablar de sanidad, educación, cultura y casi imposible de economía. A esta última le ha dado tan poca importancia que la máxima responsable del partido en el Parlament es una abogada.

--Pedro Sánchez manda en el PSC. El cambio de Iceta por Illa lo ha decidido Pedro Sánchez. El primero quería volver a presentarse, pero el líder del PSOE le ha indicado que es el momento oportuno para abandonar la política catalana. Las evidencias disponibles (las encuestas) han impedido que el primero pudiera negarse.

El presidente del gobierno nunca ha confiado en el tirón electoral del primer secretario del PSC. Por eso, le quiso hacer ministro de Cultura en octubre de 2018 y presidente del Senado en mayo de 2019. Ahora le hará, excepto gran sorpresa, de Administraciones Públicas. No obstante, Iceta sabe que va a la prejubilación política, pues este cargo será el último importante.

En definitiva, Pedro Sánchez ha arriesgado. Ha cambiado el cartel electoral porque quiere que el PSC salga a ganar las elecciones. Según mis informaciones, las cuentas realizadas son las siguientes: el nuevo candidato les permitirá pasar de 25 a 30 escaños y una gran campaña electoral, en la que la presencia del presidente del gobierno será continua, podria lograr que se llegue como mínimo a los 35.

El objetivo es convertir el voto al PSC en el útil de los constitucionalistas, atraer a independentistas desencantados y a antiguos votantes de los Comunes que huyen de la radicalidad de Pablo Iglesias. Una pretensión que solo podría cumplirse si existiera una gran movilización hacia la urnas de los catalanes.

El resultado de la operación Illa será un éxito impresionante si su formación gana las elecciones, uno importante si queda segunda y obtiene 30 o más escaños y un desengaño si no llega a la anterior cifra. El tiempo lo dirá. No obstante, en el momento actual, un cambio importante ya se ha producido, pues el PSC no sale al campo derrotado. Hay partido.