El presidenciable socialista a la Generalitat de Cataluña lleva días haciendo declaraciones absolutamente contradictorias. Es el candidato oxímoron. Sabe que muchos de sus electores no penalizarán la incoherencia ni la negligente gestión socialista de la crisis sanitaria. Lo votarán solo con el transcendente argumento de “hay que parar a la derecha”.
Iceta, conocedor de la líquida modernidad de Bauman y la flacidez moral en la que nos movemos, se limitará a recordarnos en campaña unos cuantos días a Franco, se inventará ataques a las minorías híper subvencionadas, se meterá dos bailoteos para hacerse el campechano, acusará a Ignacio Garriga de ser el sobrino de Belcebú y a recordarnos que el asustadizo tancredismo es la mejor medicina contra los independentistas. Poco más.
Iceta, padre espiritual del sanchismo, ha llevado al PSC precisamente allá donde no quieren sus tradicionales votantes metropolitanos. Su ambigüedad en la defensa de la España constitucional, su arribismo sin límites y su maquiavélico oportunismo llevaron a su formación política al mínimo histórico de escaños. Su excesiva benevolencia y comprensión con aquellos que quisieron derribar a la brava la unidad de nuestro país no lo convierten en el mejor candidato socialista para las próximas elecciones. Su papel como muleta y utillero de los independentistas durante estos últimos años no le permitirán crecer como podría en Cataluña. Con un candidato socialista, defendiendo sin complejos que unidos somos más fuertes, el PSC estaría en febrero en mejores condiciones de capitalizar todo el desplome de Ciudadanos. Pero no es el caso…
Miquel Iceta es capaz de decirnos sin pestañear que “no pactará con nadie que quiera la independencia” al desayuno, que “hay que defender con la cabeza bien alta los acuerdos con Bildu y ERC” para almorzar y que “el apoyo de ERC y Bildu a los presupuestos es una maravilla” para cenar. Todo eso mientras gobierna con Junts per Catalunya en la Diputación de Barcelona y en los principales ayuntamientos con Junts o con Esquerra.
Iceta necesita convencer a los constitucionalistas que no está por la independencia mientras defiende la celebración de una ilegal consulta sobre la misma. Irá a la caza y captura de las almas perdidas del naufragio naranja para luego traicionarlas una vez más. No hay que ser Sir Winston Churchill para vislumbrar que, si Iceta puede reeditar un tripartito con los separatistas y los comunistas, lo hará. Eso le daría a Sánchez tranquilidad y lo apuntalaría en la Moncloa, su auténtica obsesión.
Iceta pedirá el voto en castellano mientras defiende la eliminación del carácter vehicular de esa lengua en la escuela pública, defenderá el indulto de los políticos presos por el “procés” al tiempo que reivindicará su apoyo a aquel fofo 155 y pedirá un nuevo Estatut de Cataluña para resolver las carencias del que en su día impulsaron sus compañeros Maragall y Montilla.
En definitiva, decir a estas alturas de la película que “su partido es el mejor antídoto contra el separatismo” es tomarnos a los constitucionalistas por alcornoques. Pero bueno, ya se sabe, en estos tiempos en los que para mucha gente es más importante parecer que ser, seguro que hay quien le compra su inconsistente mercancía para parecer más modernito, dialogante y partidario del aparente buen rollito.