En la pasada década, el exceso de capacidad constituyó uno de los principales problemas de la economía mundial. En la industria, todos los años cerraron numerosas fábricas con la finalidad de ajustar la oferta a la demanda de bienes. La mayoría de ellas en los países desarrollados, donde unos salarios más elevados y unas regulaciones más estrictas las hacían menos competitivas que las situadas en el Sudeste asiático.

En el transporte, un elevado número de buques mantenía el precio de los contenedores a un reducido nivel y hundía la rentabilidad de las pequeñas navieras. Una situación que provocó la desaparición de una sustancial parte o su adquisición por otras más grandes. El resultado fue la creación de un oligopolio, pues en 2019 las siete compañías más importantes controlaban aproximadamente el 75% de la flota mundial.

En la actualidad, la economía mundial ha girado por completo. Ahora faltan manufacturas, barcos y contenedores. Para algunos economistas, existe una crisis de oferta, similar a la observada durante dos veces en la década de los 70 del pasado siglo, cuando la OPEP redujo sustancialmente su producción del petróleo. El resultado fue una contracción del PIB de los países desarrollados y la aparición de la estanflación.

Desde mi perspectiva, no existe tal crisis, sino un desabastecimiento temporal de algunos productos debido a múltiples interrupciones en la cadena de suministros y a un conjunto de erróneas decisiones empresariales. A pesar de la disminución de fábricas y la concentración de la oferta de buques, la economía mundial tiene la suficiente capacidad productiva y logística para absorber el actual aumento de la demanda.

En consecuencia, la opción más probable es un menor crecimiento del PIB durante los dos próximos trimestres y un aumento temporal de la inflación. Las principales causas del desabastecimiento son las siguientes:

1) Una gran y rápida recuperación.  Un elevado gasto público en bienes y servicios, numerosas transferencias hacia las familias, un considerable aumento del ahorro y unos tipos de interés muy reducidos han provocado un gran aumento de la demanda de bienes, una vez desaparecidas la mayoría de las restricciones a la actividad empresarial y la movilidad de las personas. Probablemente, la actual recuperación sea más intensa de todas las observadas durante los últimos 120 años.

2) Una escasa previsión de las empresas. La mayoría de las empresas han quedado sorprendidas por la magnitud del incremento de la demanda. En sus presupuestos anuales, sus directivos fueron sumamente prudentes, pues tenían como prioridad no volver a acumular stocks como el pasado año ni tirar a la basura productos perecederos. El resultado es una oferta temporalmente inferior a la demanda, ya sea por un escaso aprovisionamiento de materias primas y productos intermedios o por la dificultad de reclutar trabajadores especializados.

3) La aparición de cuellos de botella en los principales puertos del mundo. De los diez más grandes, nueve se encuentran en el Sudeste asiático y siete en China. En algunos, un repunte de los casos del coronavirus ha provocado su cierre temporal o una operatividad mucho más reducida de la habitual.

El resultado son largas colas de barcos esperando cargar sus contenedores y una considerable ralentización de los flujos comerciales. Así, por ejemplo, la clausura de Shenzhen (el tercero mayor puerto del mundo) durante casi un mes provocó un atasco en la cadena de suministros mundiales superior al generado por el bloqueo del Canal de Suez en marzo.

4) La aplicación del just in time.  En la década de los 80, siguiendo el ejemplo de Toyota, una sustancial parte de las compañías manufactureras más punteras decidieron aplicar el método just in time. En la actualidad, lo utilizan la mayoría de las fábricas. Tiene como objetivo aumentar los beneficios de las empresas mediante la disminución de los costes derivados de la gestión de las existencias, pues reduce éstas a un mínimo nivel.

            No obstante, como contrapartida, comporta la paralización de la producción, si la cadena de suministros se interrumpe en alguno de sus numerosos tramos. Es lo que le está sucediendo a numerosas plantas productoras de automóviles, teléfonos móviles o consolas.

5) La concentración de los proveedores en el Sudeste asiático. La búsqueda del máximo beneficio por parte de los directivos de múltiples empresas les ha llevado a incurrir en un gran riesgo: concentrar la mayoría de sus proveedores en el Sudeste asiático. Aquél es de tal magnitud que lo verdaderamente extraño no son las deficiencias actuales de la cadena logística, sino que éstas no hayan aparecido con anterioridad.

            Un potencial problema que los ejecutivos de numerosas compañías manufactureras han infravalorado debido a una gran confianza en el buen funcionamiento de los flujos de mercaderías y a una gestión excesivamente orientada a la reducción de los costes. Desde la década de los 80, la mayoría ha adoptado múltiples medidas para disminuirlos, pero escasas para incrementar los ingresos de sus empresas.

6) La deslocalización de empresas de los países desarrollados. En los últimos 30 años, casi ningún político de las naciones avanzadas ha hecho nada relevante para impedir la sustitución de producción nacional por extranjera y la deslocalización de numerosas fábricas a China y países cercanos.

            Han aceptado las decisiones de los principales ejecutivos de las multinacionales y la dependencia comercial de dichas naciones. Algunos lo han hecho por ideología, pues eran fervientes defensores de la doctrina neoliberal y el libre comercio; otros por incapacidad para vislumbrar sus nefastas consecuencias.

Una de las principales es la concentración en 2020 del 89% de la producción mundial de semiconductores entre Taiwán, Corea del Sur y China, según los datos ofrecidos por TrendForce. Entre otras industrias, los chips son un bien intermedio esencial para la electrónica de consumo (ordenadores, consolas, etcétera), la automovilística y la de los electrodomésticos

El motivo no es la superioridad tecnológica de los anteriores países, pues en 1990 Europa y EEUU fabricaban un 44% y 37%, respectivamente, de la producción mundial de semiconductores, sino que ahora aquéllos los producen mucho más baratos que éstos.

En definitiva, el refrán lo dice muy claro: “el que juega con fuego siempre sale quemado”. Lo primero es lo que han hecho los principales ejecutivos de las multinacionales durante los últimos 30 años, al concentrar en una gran medida la producción de manufacturas y bienes intermedios en los países del Sudeste asiático. Lo segundo es la paralización de sus fábricas. La opción inicial hubiera sido imposible si no hubieran contado con la aceptación implícita de los políticos de los países desarrollados a sus deslocalizaciones.

Si unos y otros han aprendido la lección, un aspecto del que no estoy nada seguro, las empresas cambiarán notablemente sus estrategias. Una parte de las fábricas regresará a Europa y EEUU, el low cost dejará de ser el principal método comercial y la calidad de los productos será más valorada. No obstante, en términos de economía mundial, el gran cambio consistirá en la desaparición de la globalización comercial y la adopción de un mayor número de políticas proteccionistas.