Los ciudadanos afrontan a la vuelta de las vacaciones un panorama deprimente, el peor que se recuerda en muchas décadas. La temida segunda ola del coronavirus, que según los expertos podía estallar en otoño, ya está aquí. El rebrote campa a sus anchas por media España. El inicio del curso escolar amenaza ahora con amplificar sus efectos letales.
La pandemia deja un terrorífico saldo de medio millón de contagiados y 30.000 muertos, según las cifras oficiales. Pero la cruda realidad indica que el número de fallecidos ronda ya los 45.000.
Esta debacle sanitaria, sin precedentes en un siglo, ha venido acompañada por un maremoto económico arrollador. Los turistas, el maná que llueve sobre la península desde hace largo tiempo, se han esfumado. El país entero anda funcionando a medio gas a partir del 15 de marzo. El alud de magnitudes económicas que se han divulgado en las últimas fechas sobrecoge los ánimos más templados.
En verano han arribado a nuestros lares un 75% menos de viajeros. Los 84 millones que nos visitaron en el curso entero de 2019 se van a reducir este año a menos de 30 millones. La merma de ingresos consiguiente bate todos los récords habidos y por haber. Se calcula que rondará los 90.000 millones. Los estragos del sector revisten proporciones devastadoras. Y se extienden a las ramificaciones de aquel en el comercio y la hostelería.
El gobierno municipal de Ada Colau y sus adláteres en Barcelona arremetía no hace mucho contra los foráneos, como si fueran una plaga de langostas bíblica. Hordas de antisistema llegaron a embestir contra los excursionistas. Incluso asaltaron un autobús al grito “turists go home”.
En cambio, ahora la misma Ada Colau no duda en desplegar la alfombra a los pies tanto de los compatriotas como de los extranjeros para que vuelvan a gastar su dinero en la ciudad.
Mas el daño ya está hecho. A estas alturas de septiembre, los arrebatos demagógicos, sumados al coronavirus, arrojan saldos pavorosos. Por un lado, 100.000 empresas y negocios se han liquidado. Por otro, casi 800.000 personas siguen sometidas a un ERTE. Un porcentaje nada desdeñable de ellas no volverá a trabajar por la sencilla razón de que sus empleadores no tendrán más remedio que bajar la persiana.
Las ayudas concedidas por el Gobierno de Pedro Sánchez a las empresas han brillado por su clamorosa ausencia. Son tan rácanas que apenas equivalen a la sexta parte de las dispensadas por Alemania o a la mitad de las de Francia e Italia.
Las organizaciones gremiales estiman que hasta un tercio de las tiendas de Barcelona puede desaparecer si no se reanima el consumo de forma inmediata.
Los establecimientos comerciales estiman que una caída de las ventas del 10% supone que las cuentas de resultados entren en números rojos. Y durante el periodo estival los desplomes alcanzan el 50% e incluso hasta el 80% en las zonas más céntricas, que viven en gran parte de los forasteros.
Los pocos hoteles que se han atrevido a abrir sus puertas ahora tornan a correr el pestillo porque el nivel de ocupación es tan insuficiente que no da ni para cubrir gastos. En el sector de los alojamientos se da por perdida la campaña de otoño-invierno. En 2021, ya se verá.
La economía patria está cuarteada. Pintan bastos a corto plazo. Si no media un milagro, decenas de millares de negocios están condenados a la extinción.