Un sarcófago de cuarcita roja sobre un pedestal de granito verde guarda los restos de Napoleón en el majestuoso Hôtel des Invalides de París. El almirante Nelson yace en un sarcófago fabricado con madera y metal procedentes del gigantesco buque francés L'Orient, hundido por él, en la cripta de la catedral de Saint Paul de Londres. Voltaire, Russeau, Victor Hugo, Curie… el alma civil de Francia se venera en el Panthéon de París, de igual modo que las tumbas de Newton, Darwin, Kelvin, Livingstone, Haendel, Dickens… dan a la abadía de Westminster una solemnidad especial. En España no existe, ni existirá, un panteón de ilustres.

Francia honra a sus ciudadanos más distinguidos con la Legión de Honor, la reina de Inglaterra nombra Sires y Dames a quienes destacan de entre sus súbditos… es difícil encontrar a un español que conozca, y aprecie, las distinciones que otorga nuestro Estado. A la gran mayoría le suenan igual, si es que les suenan, la cruz de Carlos III, la de Isabel la Católica o del Mérito civil, las tres órdenes destinadas a distinguir los méritos civiles en España, por no decir del desconocimiento general de lo que significan, lo que representan, ni siquiera cómo se visualizan.

En un país que se quiere muy poco a sí mismo no sorprende la última barbaridad que se ha intentado perpetrar. Los premios nacionales de investigación iban a dejar de estar dedicados a españoles ilustres para quedarse solo con la fría descripción de la especialidad. Así Malaspina, Ramón y Cajal, Menéndez Pidal, Gregorio Marañón, Juan de la Cierva, Torres Quevedo… iban a dejar de ser la referencia para los premios nacionales de ciencias y tecnologías de recursos naturales, biología, humanidades, medicina, tecnología, ingeniería.

La conferencia de rectores, mediante un durísimo pero necesario comunicado, ha puesto el grito en el cielo y el Gobierno parece recular y aunque alguna purga habrá, los premios nacionales de investigación seguirán llevando nombres de investigadores españoles. A ver con qué ocurrencia, o ocurrencio, nos deleitan pues amenazan con buscar nombres femeninos. Apuesto que Isabel Zendal no apadrinará ningún premio, pues algunos pensarán que es una enchufada de la presidenta de la Comunidad de Madrid al llevar su nombre el hospital de pandemias. Un pequeño detalle, la enfermera gallega Isabel Zendal nació en 1773.

Un país que no respeta su memoria no se respeta a sí mismo. La mujer no llegó a la universidad hasta 1882, y solo a partir de 1910 pudo matricularse sin permiso especial, prácticamente ayer pues la primera universidad española, la de Salamanca, se fundó en 1218, aunque la de Palencia también disputa esta posición al ser fundado lo que sería su germen, el Studim Generale, en 1208. Si durante siglos estuvo vetada la universidad a las mujeres y durante décadas han sido minoría difícilmente el número de féminas en la historia de la ciencia y tecnología puede competir con el de hombres. La mujer hoy es mayoría en las aulas universitarias, el 55%, y solo es cuestión de tiempo que dominen en muchos de los ámbitos del saber, el trabajo y el poder. 

Como tenemos prisa por cambiar el rumbo de la historia seguro que Rosalía de Castro o Concepción Arenal desplazarán a algún caballero en el nomenclátor de los premios siendo el ingeniero Juan de la Cierva quien tiene más números para caer por un estúpido sentido revisionista, aunque en su campo poca competencia femenina hay, y menos de su nivel. Quién sabe si a don Santiago Ramón y Cajal le afearán no apellidarse Cajala o a Torres Quevedo no ser más inclusivo, algo así como Torres y Torras… La estulticia reinante amenaza con llegar también a los más preciados galardones de nuestra ciencia.