Hay que avivar el odio a España para que no decaiga la hispanofobia y, si es posible, incorporar al odio nuevos adictos. A ello se aplican con ahínco los dirigentes secesionistas, especialmente la rama de JxCat, aprovechando las circunstancias anímicas y materiales provocadas por la epidemia.

Sus viles declaraciones recientes en torno a los muertos catalanes, que ellos supuestamente habrían evitado en una Cataluña soberana, obedecen a esa finalidad. Quien haya tenido un allegado fallecido o que haya padecido la enfermedad  --él mismo incluso--  puede llegar a pensar que se pudieran haber librado del fatal destino o de la grave afección si Cataluña fuera independiente. Inducir a semejante suposición sin ninguna base objetiva es indecente, revela elevadas dosis de indiferencia hacia los sentimientos, de gran miseria moral, en suma.

Cuesta creer que los secesionistas consideren que la crisis del coronavirus ofrezca el momentum que esperaban para relanzar la independencia, porque es todo lo contrario; la crisis la habrá hecho más imposible, si cabe. En una crisis de la magnitud de la presente, la inestabilidad política asusta, el aventurismo no atrae y el ansia de seguridad se impone. Además, si Europa no estaba dispuesta a escuchar a los secesionistas, ahora lo estará menos que nunca. No hay que ser un lince para entenderlo.

No se entretienen en explicar las virtudes de su república ni la necesidad de su “Estado propio”. Para qué, si ni la república ni el Estado ya no constituyen su objetivo; tan ilusos no son. Tal vez hubo un tiempo en que algunos de los dirigentes creyeran que la independencia o alguna forma de confederación con el “Estado español” eran factibles, pero esa “ilusión” se desvaneció en octubre de 2017.

¿Entonces su montaje sobre montones de falsedades y mentiras, su embarrada moral, su insistencia en un proyecto que saben irrealizable, para qué sirven? Digámoslo sin rodeos (con todo el respeto por aquellos seguidores que de buena fe creen todavía en la independencia): para conservar (o acrecentar) las actas de diputado y de concejal y los numerosos cargos públicos, desde el de presidente de la Generalitat hasta el último cargo de confianza nombrado a dedo.

Como el número de apoyos en las urnas tiene un techo --como comprueban en cada elección-- , las distintas ramas de la ficción secesionista se disputan agriamente el reparto de actas, carteras, puestos y prebendas.

La broma dura  ya demasiado --más de diez años en su virulencia actual-- y cuanto más dure más se ahondará la división de la sociedad y más aumentarán los daños sociales y la degradación de los servicios públicos. La oposición no independentista ha mostrado ahora su altura en el Parlament al ofrecer con diferentes matices --todavía con la ausencia del PPC-- una colaboración al Govern para la reconstrucción económica post Covid-19.

Bien está, la reconstrucción no tiene espera, pero no funcionará comandada por los secesionistas y presidida por un negado para el gobierno de las cosas; prisioneros de su sectarismo son incapaces de aunar voluntades ni en la esfera política ni en la sociedad civil. Desde Artur Mas a Quim Torra, pasando por Carles Puigdemont, han exhibido su tenaz sectarismo e incompetencia, ¿por qué iban a ser leales y  competentes en esta ocasión?

Ya han dado suficientes pruebas a lo largo de la crisis del Covid-19 de deslealtad y desastrosa gestión, dobladas de mala fe tanto en lo que hacen como en lo que dejan de hacer; siempre a la contra (infantilmente) del Gobierno, sólo porque es el Gobierno de España. Será imposible tejer con ellos la  colaboración leal que requiere la compleja reconstrucción.

La oposición tiene que dar un paso más y alcanzar, junto con las nuevas formaciones moderadas que concurran a las próximas elecciones y obtengan representación, un Pacto por Cataluña para descabalgar de la presidencia y del gobierno a los secesionistas y volver a la normalidad política y a la eficacia en la gestión.

El pacto no obliga a los participantes a renunciar a los distintos programas económicos y sociales, pero compromete a superar en votos y escaños al actual “eje secesionista” con todas las consecuencias. La presidencia de la Generalitat correspondería al candidato de la lista no independentista más votada. No sería un pacto “frentista” sino de “salvación nacional”.

Para ello la oposición deberá tener una actitud constructiva y propositiva para Cataluña y que unos cuantos miles de antiguos votantes independentistas y abstencionistas, conscientes del engaño e inclinados a la reconciliación, depositen un voto de confianza y de esperanza en un vuelco copernicano, tan necesario y urgente para evitar una decadencia demoledora.

Daríamos una oportunidad a Cataluña para salir de este absurdo del secesionismo y, de sentirse defraudados los votantes, en democracia siempre se puede reconsiderar el voto en las siguientes elecciones o volver a la abstención.