Dos ideas idénticas pueden constituir identidades diferentes al haber sido creadas en dos épocas diferentes. Jordi Pujol creó el frontón Cataluña-Madrid para exponer sus principios, recordar lo inalcanzable de sus propuestas y colar de rondón objetivos alcanzables; y ahora Pere Aragonés y su rincón, Oriol Junqueras, hacen lo mismo: plantean imposibilidades para colar objetivos plausibles. Reclaman su inalcanzable referéndum de autodeterminación anunciando a bombo y platillo que la mesa de diálogo “ya no sirve”, y cuelan paralelamente la cuota catalana de Netflix. Copian, sin citarlo, al hombre que les alumbró.

Ellos se toman muy en serio a sí mismos; consideran que en octubre del 2017 dieron un golpe de Estado institucional. Pero ante la justicia española y europea, retuercen la interpretación para decir que, al fin y al cabo, “aquello no fue nada”, fue un “ensayo general”, una función inconclusa.

 ¿Y todo para qué?  “Cuando llegué aquí, luchábamos por la independencia, pero ahora luchan para poder poner Netflix en catalán”, declara el rapero Valtònyc, después de que el Tribunal Constitucional de Bélgica haya declarado inconstitucional la ley belga de injurias a la corona. Esta especie defensiva contra nadie que no sea él mismo se contrapone con la vertida por Arcadi Espada, en su último libro La Verdad (Península), quien ve al nacionalismo como emparentado con la “superchería”, una gigantesca operación contra la verdad. Espada trata de transmitir que el pensamiento de la izquierda clásica, relacionada incomprensiblemente con el negacionismo indepe, reacciona frente a la obscenidad de políticos como Trump que desafían los hechos. Dice que la “izquierda ha envejecido mal”, pero que vuelve a interesarse por la verdad después de perder la hegemonía. ¿Alumbra pactos? ¿Ha caído también Arcadí en el tercerismo germánico?

ERC vincula de forma directa la Ley Audiovisual, con la cuota del 5% en catalán de los contenidos de Netflix y del resto de plataformas, a cambio de mantener viva la negociación de los Presupuestos del Estado de 2022. Y naturalmente, Junts afea a Esquerra que haya regalado los Presupuestos “a cambio de nada”. Nadie habla de las cuentas públicas con el mayor gasto público de la historia. Está bien que la gente quiera ver las pelis en catalán, pero ¿por qué los indepes escamotean el debate del equilibrio territorial, piedra angular del modelo federal?

Utilizan con orgullo la primera persona en el momento de afirmar su complot, pero se pasan a la tercera persona cuando resumen que su DUI solo era un ejemplo (un ensayo). Cuecen en el mismo brasero el enardecimiento y el perdón. Se entrenan para un futuro incierto situando sus argumentos como balizas a lo largo de una pista de aterrizaje, objetos que mantienen el rumbo y los protegen de su decadencia; tratan de retardar a su memoria, que cierra una etapa. Tocan la lengua, el pretexto infinito de los corazones y muestran que la cultura es el auténtico quid pro quo de su negociación; rebajan un eslabón. Vuelven a la casilla de salida. Rotundamente, sí.