Nuestras chabolas no son de momento las villas miseria de Caracas ni las favelas de Río de Janeiro o Bangkok. Son los pequeños universos autoinflamados que encuentran un lugar bajo el sol a partir de la estela de sus hijos pródigos, como Puigdemont, en Amer o Sant Julià de Ramis; Roger Torrent, en Sarrià de Ter, o el presidenciable in péctore, Marc Solsona, alcalde de Mollerusa. La Cataluña rural ha roto su techo de cristal a base de imponer en el poder a sus mejores espadas, al menos en apariencia. Las concentraciones de la ANC (los 45.000 del pasado fin de semana son muchos) se revelan como exposiciones de militantes rurales sobre la piel urbana, que salen como hormigas de autocares y vuelven a casa de noche, como las peñas del Barça. Fenómenos como Tabarnia y su contrario, Tractoria, son precisamente guetos paródicos que piden turno en la Cataluña chabolizada del procés.

El nacionalismo fue hijo del campanario y la rectoría, el soberanismo pertenece a las coronas metropolitanas, que reniegan de la inmigración a base iniciaciones conversas (Oriol Junqueras, el jefe; o Rufián, su capitán araña) ¿Y el independentismo reseco? Este vive del mito y dice sentir el destello de la tierra a base de poblar su acento de menysteniments y llurs, o de cambiarse el apellido saleroso por el repliegue de Casadevall o Puigdevall, cuando no, Puigdemont. Los líderes del separatismo catch-all (atrapalotodo) saben que debajo de sus soflamas se incuban la frustración y la violencia. Pero no les importa.

Los líderes del separatismo catch-all (atrapalotodo) saben que debajo de sus soflamas se incuban la frustración y la violencia. Pero no les importa

A punto de cumplirse dos meses de los últimos comicios, la ciutat d'ideals, de Valentí Fuster; Baselga y el Hospital Clínic; el Parc de Recerca Biomédica; Gas Natural; La Caixa; el segundo cluster del automóvil europeo después de Wolfsburg; el Macba; la Pompeu Fabra; El Banc Sabadell; Planeta; los campus tecnológicos del Vallès, el Liceu y muchos más no pueden intercambiar facturas con la Generalitat. Las tesorerías de la comunidad autónoma están en mantillas y para todo han de esperar a las 30 firmas de Madrid. Puigdemont, Rull, Turull, Torrent y compañía no se sienten capaces de gestionar el espacio público de un país de industriales y artistas y, por puro miedo a la rendición de cuentas, se han echado al monte. Veneran el 155 que dicen odiar; maquinan en el sótano, pero huelen a flor marchita del desván. Pronto conoceremos la magnitud exacta de sus desmanes.

Una simple Generalitat autonomista nos devolvería a la vida. Pero ellos prefieren empobrecernos; piensan tal vez que asustados seremos más dóciles. Siguen el credo de Malthus, aquel pastor de los barrios obreros de Londres, convencido de que las leyes para los pobres crean a los pobres que amparan. También presienten su fin. Se parecen al hielo de Harpagón, el célebre personaje de Molière, que quería llevarse a la tumba su cofre con monedas de oro.

Allí dónde sus intereses estén amenazados, el separatismo sembrará el odio. Recorre el camino del siglo XXI, de la ciudad al campo, a la inversa del seguido en el ochocientos, cuando la revolución industrial deslizó el campo hacia la ciudad. Si no lo remediamos, se aproxima una lucha entre la ciudad organizada y la favela antropológica, no la económica-social de Río o Sao Paulo sino la de las localidades pequeñas que corren el riesgo de empobrecerse a gran velocidad, tan pronto como empiecen a caer los indicadores, cuando sea demasiado tarde.

Allí dónde sus intereses estén amenazados, el separatismo sembrará el odio. Recorre el camino del siglo XXI, de la ciudad al campo, a la inversa del seguido en el ochocientos

La Rusia de Putin, el homófobo exhibicionista y belicista, introduce vía redes sociales la división en nuestras disputas territoriales, con la intención de socorrer militarmente algún día a la parte de Europa que quede seccionada por la fiebre populista. El verdadero choque de civilizaciones se cierne como la última batalla entre la ciudad y quienes cuartean el territorio para disminuir el poder de los Estados. De ahí que el principal peligro de hoy sea el empobrecimiento de amplias capas de la población, un dato que une a economistas muy diferentes, como Thomas Piketty, Jean Tirole y Paul Krugman. Los nuevos pobres entrarán en riesgo de exclusión y serán el terreno abonado para las partes en litigio.

Modificar las fronteras de Europa puede convertir nuestras bellas capitales del Renacimiento y del Art déco es espacios de exclusión, núcleos feroces del Nuevo Tercer Mundo, donde volverán a levantarse las barricadas. No podemos ser tan idiotas como para creernos los cantos de Circe; no podemos admitir la chabolización, monumento a la incultura política del independentismo catalán; ni un segundo bajo el paraguas de la libertad sojuzgada que nos proponen.