¿Qué relación tiene la bajada del soberanismo en el último CIS con el caso de Canet? Después de la guerra lingüística, ERC ha perdido un punto y Junts 0,8 en el mapa español. Parece poco, aunque ya era escaso el peso cuantitativo de los dos partidos en el Congreso; otra cosa es el fiel decisivo de ambos en las alianzas de legislatura. Pero no habrá enjuague que valga si, a la hora de verdad, la gobernanza de Sánchez con sus socios se afloja por el flanco catalán. El mambo pepero empieza en las elecciones de Castilla y León, después sigue con las de Andalucía, las municipales de 2023 y finalmente las generales de otoño del mismo año. Esto solo acaba de empezar.

Fernández Mañueco es la primera piedra de la gran maniobra defensiva de Pablo Casado frente a la línea dura de su partido, el pensamiento tibetano que se impone entre los conservadores. “Menuda tropa”, que diría Romanones, preboste liberal de buena cuna. Castilla no es precisamente el Shangri-La de la política española; más bien se diría que Valladolid, sede de la Junta, se parece ya a la Vetusta imaginaria de Clarín, sin ser Oviedo. La comunidad castellanoleonesa ha entrado en la hipérbole de la descalificación; se ha contaminado de la enfermedad congresual. A pesar de 4M de Ayuso en Madrid, sin un poco de contención, la derecha corre el peligro de entrar en un bucle.

Si en febrero el PP no alcanza la mayoría absoluta en Castilla y León, el espolón de Mañueco tendrá su efecto en Cataluña. Una bajada general del PP --el CIS le da ya una desventaja de siete puntos respecto al PSOE-- reforzaría a Sánchez a la hora de mantener su alianza con el soberanismo catalán. El presidente ha hecho de la necesidad virtud partiendo de la geometría variable. Pero todo apunta a que el PSOE se sentirá más libre si el crecimiento económico de 2022 le acompaña; es el escenario óptimo para perfil político de un líder moderado, como Salvador Illa.

Si Cataluña se serena, la estimación de voto en el centro-izquierda superará con creces a su izquierda, los comuns. Y para entonces, también se habrá desvelado la incógnita de Yolanda Díaz, el enésimo intento --después de Anguita y de Pablo Iglesias-- de conformar una alternativa a la izquierda, esta vez sin alharacas resentidas y con el apoyo de la sacrosanta transversalidad. La lideresa trata de atemperar su centrismo con la exhortación apostólica de Francisco, Evangelii Gaudium, similar a la que Pablo VI vertió en la lejana Populorum Progressio. Y naturalmente, la misma Yolanda exprime los frutos del pacto entre CEOE y sindicatos, algo que viene de tan lejos como el abrazo entre Carlos Ferrer Salat y Marcelino Camacho, antes incluso de los Pactos de la Moncloa. La concertación no es un mérito; es un modelo.

No olvidemos que Mañueco ha disuelto las Cortes de los Comuneros de Castilla por puro miedo a los trampantojos procesales. Se ofrece al escrutinio de las urnas, como el que pide perdón por Padilla, Bravo y Maldonado, tratando de esquivar el complejísimo calendario judicial por delitos de corrupción que le espera a la Junta del PP.

La política catalana se comerá los turrones con el caso Canet en el cogote, una infamia que encona al reduccionismo impresentable del Govern con el mal fario final de Ciudadanos, al que ahora se añade Aragonés llevando a Casado al Supremo por “incitación al odio”. ¡Descalabro! Después afrontaremos el ciclo electoral. El desenlace de ERC y Junts anuncia una gangrena lenta, que empieza en la meseta y acaba en Barcelona. Castilla moviliza a Cataluña.