Los grandes emprendedores del mundo no creen en la Organización Mundial de la Salud, ni en los científicos que llevan semanas desgañitándose para advertirnos que el virus más peligroso es el del miedo, que el coronavirus presenta un peligro de contagio y mortalidad muy por debajo de las recientes pandemias que azotaron a la humanidad. La suspensión del Mobile será un golpe económico para la ciudad, para GSMA, la empresa organizadora del evento, pero sobre todo es un torpedo a la credibilidad de la OMS y la de todos los gobiernos que aconsejados por los expertos vienen reclamando prudencia ante el alarmismo que reclama restricciones drásticas en los movimientos de personas para limitar el peligro del contagio.

La decisión de no desplazarse a Barcelona tomada por las compañías que han empujado a John Hoffman a suspender la convocatoria responde a una lógica elemental, la salud, lo primero, y lo segundo, evitarse el riesgo de indemnizaciones millonarias por eventuales contagios.

Es muy comprensible, pero tiene un punto de perversidad porque implicaba situar a las empresas que mantenían la decisión de asistir al Mobile en la disyuntiva de aparecer ante la opinión pública y antes sus empleados, clientes y amigos como unos irresponsables, cuando justamente éstas eran las que cumplían con las recomendaciones de mantener la normalidad emitidas por el máximo organismo internacional en la materia.

La dicotomía prudencia/imprudencia ante una epidemia de mortalidad baja, según los expertos, pero mortal a fin de cuentas siempre queda a merced de la evidencia de que nadie puede asegurar científicamente un desenlace concreto. Ni nadie podrá saber nunca que habría sucedido de haberse celebrado el congreso mundial.

La duda sobre la eficacia de todas las medidas preventivas puestas en marcha por las autoridades sanitarias gana peso cuando no se pueden catalogar de infalibles. Y en la duda, el miedo se impone porque su fuerza ancestral es inasequible a las certezas científicas, siempre susceptibles de ser contestadas por la naturaleza humana.

A partir de ahí, las preguntas. ¿Disponen las compañías que han forzado la suspensión de información científica confidencial sobre el coronavirus diferente a la que se divulga entre los mortales de a pie? ¿Qué sentido tiene crear e invertir en organizaciones internacionales en salud si llegado el caso no se atiende a sus recomendaciones?

¿Las autoridades sanitarias nos engañan o simplemente no les concedemos credibilidad cuando sus vaticinios no coinciden con nuestro natural predisposición al alarmismo? ¿Existe mayor peligro de contagio en Barcelona que en Ámsterdam, donde la feria audiovisual no ha sido cancelada?

Y finalmente, ¿cómo va a afectar esta suspensión al futuro comercial del MWC y en la relación entre el señor Hoffman y las autoridades locales, autonómicas y estatales que suelen desvivirse por atender a sus exigencias y que ahora han visto desdeñadas las recomendaciones oficiales de mantener la convocatoria, e ignoradas las medidas preventivas? Es muy probable que tras negociar las indemnizaciones y superada la epidemia, todo vuelva a la normalidad, aunque las lamentaciones por la pérdida de los famosos 500 millones de impacto económico persistan durante algún tiempo. La ausencia de víctimas por coronavirus en Barcelona ayudará a recuperarse.