Empiezo por aclarar que no me refiero a la mesa de diálogo entre la OTAN y Rusia sobre la seguridad en Europa, que tanto debería interesarnos porque tanto nos concierne, sino a algo de andar por casa, a esa extraña negociación entre el Gobierno de España y el Govern de la Generalitat, un oscuro objeto, puesto que nada en ella está claro.

El gobierno central y el gobierno autonómico son coaliciones cuyos respectivos componentes tienen opiniones dispares sobre la finalidad de la mesa. Disparidad mucho menos acusada en el Gobierno que en el Govern, aunque Podemos ha defendido la celebración de un referéndum de autodeterminación para “todos los pueblos de España que lo deseen” --llegó a decir Pablo Iglesias, antes de ser ungido vicepresidente--. Hoy, Yolanda Díaz es comedida al respecto y reconoce que la dirección de la negociación corresponde al PSOE, que rechaza de plano un referéndum de autodeterminación.

Los del Govern, ERC y Junts, van a la greña en casi todo, y ostensiblemente en lo que atañe a esa negociación. De entrada, ningún consejero de Junts forma parte de la delegación del Govern en la mesa. Y todos los voceros de Junts, de Puigdemont hacia abajo, han manifestado su renuencia al diálogo --abogan por la “confrontación”-- y han pronosticado el fracaso de la mesa.

 Aciertan a su manera, porque parten del sentido único que los independentistas dan a la mesa, en el que coinciden básicamente ERC y Junts: una mesa para negociar, nada menos, que el modo de llegar por la vía “democrática” a la independencia.

Los dirigentes independentistas se hallan prisioneros de su retórica maximalista. Hablan de un conflicto, al que califican de histórico, entre Cataluña y España. Una vez creada la idea de conflicto, ya no es necesario pensarla --conflicto, ¿desde cuándo, entre quiénes, en qué y por qué? --y se convierte en ideología que los encadena y en arma para la confrontación. Según ellos, del conflicto solo se saldrá por la puerta grande de la independencia. El montaje se las trae: inventan un conflicto inexistente para justificar una independencia imposible.

Pere Aragonès irá a la mesa con dos exigencias que llama “irrenunciables”: amnistía y autodeterminación. Ninguna tendrá recorrido en la negociación. Si la amnistía como figura jurídica es opinable en nuestra Constitución --la de esos supuestos “más de 3.000 represaliados” sería moral y políticamente inadmisible--, con toda certeza el derecho a la autodeterminación de Cataluña es irreal, no existe.

 En mi calidad de jurista, especializado en derecho internacional público, me ofrezco a debatir (por escrito, nada de raholalidades) con quien de la órbita independentista sostenga lo contrario.

Aragonès es licenciado en derecho, posee conocimientos suficientes de internacional público para saber que el supuesto de Cataluña no encuentra amparo alguno en la doctrina y práctica internacional sobre independencia de territorios. La única explicación racional a su empecinamiento es que, como los otros dirigentes independentistas, vive políticamente a cuenta del cuento de la autodeterminación.

Varios miembros socialistas del Gobierno han señalado, repetidamente, que “la amnistía y la autodeterminación” no serán objeto de negociación. Si la delegación del Govern quiere ocupar su tiempo de palabra hablando de eso, no se les puede impedir, y hablarán, porque creen que “hablándolas” mucho, ambas exigencias adquieren una cierta legitimidad. Entonces, ¿para qué sirve la mesa, según la conciben los independentistas?

El Gobierno irá a la mesa con la Agenda para el Reencuentro, esos puntos negociables en el marco constitucional sobre relaciones institucionales, financiación, competencias, conflictividad, servicios, etc. Pero esos puntos se negocian ya o se pueden negociar en foros bilaterales previstos en el Estatuto de Autonomía. Entonces, ¿para qué sirve la mesa, según la concibe el Gobierno?

En realidad, el objeto de la mesa se agota en su misma existencia, es decir, la constitución de una mesa de diálogo sería la máxima concesión del Gobierno y el máximo logro del Govern. El resultado no cuenta. Ambas partes se dan así por satisfechas, ganan tiempo para sus respectivas estrategias. Lo cual no deja de ser un autoengaño, sobre todo del Govern, porque ¿cuál será su movimiento de fondo ante la negativa cantada del Gobierno a sus exigencias?

Solo les cabe la reconversión de la “independencia” en aspiración a una “confederación de hecho”, que no de jure, un “mientras tanto” eternizado, pero de gran contenido competencial y financiero. Es a lo que va el PNV en el País Vasco, queda por ver hasta dónde llegará. En cambio, los de aquí no tienen ni la lucidez ni la cintura de los de allí.