El 1 de octubre ha constituido una gran victoria para el movimiento independentista. No la ha obtenido por la celebración del referéndum, pues su organización no ha cumplido con ninguna de las características esenciales de dicho tipo de consultas. En cambio, sí por la consecución de una foto, deseada desde hace mucho tiempo. Una instantánea que puede permitirles presentar internacionalmente, aunque de manera injusta, a España como un Estado autoritario.

Una victoria que no es ni mucho menos definitiva, pues estoy convencido que hoy la independencia de Cataluña no está más cerca de lo que estaba hace unos días. Desde mi perspectiva, era sumamente improbable y continúa siéndolo. El éxito conseguido no ha estado basado principalmente en los méritos contraídos por los independentistas, sino en los deméritos de Rajoy. Alguien para quién política e inacción son sinónimos, pues considera que los problemas no se resuelven, sino que se evaporan con el paso del tiempo.

La derrota sufrida debería llevar al presidente de Gobierno a la dimisión por dos principales razones: no ha tenido una estrategia clara de actuación y se ha dejado tomar el pelo, una vez más, por los independentistas

La derrota sufrida debería llevar al presidente de Gobierno a la dimisión por dos principales razones: no ha tenido una estrategia clara de actuación y se ha dejado tomar el pelo, una vez más, por los independentistas. El 9 de noviembre de 2014 creyó a Artur Mas, cuando éste le dijo que su Gobierno se mantendría al margen de la organización de la votación y no ofrecería ninguna rueda de prensa valorando los resultados. El pasado domingo pensó que los Mossos d'Esquadra intervendrían decisivamente para impedir las votaciones. Un pensamiento insólito para quien conozca las estrechas relaciones del mayor de los Mossos d'Esquadra (Trapero) con el poder político catalán.

Ante el problema existían dos estrategias a adoptar: la blanda y la dura. No había ninguna más. Rajoy no ha seguido ninguna de las dos, porque ha ido actuando tácticamente, como a él le gusta. Sin duda, mi preferida es la primera. Consistía en buscar un pacto con los políticos independentistas y, con dicha finalidad, ofrecer un nuevo y definitivo encaje de Cataluña dentro del Estado español. Admitir que los ciudadanos votasen en fiestas populares, también denominadas consultas, y hacer recaer todo el peso de la ley sobre dichos políticos, si realizaban una declaración unilateral de independencia.

La dura estaba basada en dos actuaciones: impedir cualquier tipo de consulta soberanista, incluso la de 2014, e intervenir la autonomía catalana ante la amenaza que la hoja de ruta independentista suponía para la integridad de España. A diferencia de la anterior, constituía una opción de cara y cruz. No obstante, las posibilidades de que saliera la primera eran significativamente superiores a las de que apareciera la segunda.

En el tablero del juego político, una vez amortizado Rajoy y olvidados por muchas personas los desagradables incidentes del pasado domingo, estoy convencido de que resurgirá un nacionalismo que estaba escondido: el español. Una muestra de ello lo constituye el gran aumento de ventas de banderas rojigualdas observado en el resto de España durante la pasada semana. Un fenómeno que, en lugar de diluirse, creo que se intensificará en las próximas.

Una vez amortizado Rajoy y olvidados por muchas personas los desagradables incidentes del pasado domingo, estoy convencido de que resurgirá un nacionalismo que estaba escondido: el español

Dicho resurgimiento aparecerá en las encuestas de opinión que tanto interesan a los políticos y que les hacen variar de opinión de una forma tan rápida como puede hacerlo la dirección del viento. Ante tal disyuntiva, no me extrañaría nada que la estrategia dura acabara imponiéndose, con el consenso de las principales fuerzas políticas españolas (PP, PSOE y Ciudadanos) y sin casi oposición de Podemos. Un cambio de actitud de este último partido basado en el probable desplome de su intención de voto.

El nuevo consenso no ofrecería a Cataluña más competencias, sino menos. Un aspecto que podría afectar también a otras comunidades, pues podría aparecer una marea recentralizadora. La primera en ser retirada sería la del control del orden público, justificada por el incumplimiento el pasado domingo de las resoluciones judiciales por parte de los Mossos d'Esquadra. No me extrañaría tampoco que afectara de manera parcial a la educación y al control, de forma directa e indirecta, de los medios de comunicación por parte de la Generalitat.

Históricamente, más de una vez un nacionalismo ha sido derrotado por la aparición de otro más potente. Me temo que dicha situación puede acontecer en España. Algunos nacionalistas catalanes, buscando su supervivencia política (Convergència), han ido demasiado lejos. Han utilizado a los ciudadanos, que han confiado ciegamente en ellos, como escudos suyos. El resultado será que todos los catalanes, tanto los independentistas como los que no lo somos, vamos a salir malparados. ¿Quién va invertir en Cataluña después de los hechos acontecidos durante las últimas semanas?

Más de una vez un nacionalismo ha sido derrotado por la aparición de otro más potente. Me temo que dicha situación puede acontecer en España

En definitiva, a medio plazo, la independencia no estará más cerca, sino bastante más lejos. También una mayor autonomía. Después de que amaine la gran tormenta actual, es posible que la próxima gran manifestación no sea para reclamar la primera, sino para pedir más de la segunda. No he ido nunca a las fiestas populares del 11 de septiembre, pero sí que iría a una que persiguiera la creación de un España federal, con competencias similares para todos los Estados y que diera por finalizada la descentralización de la administración.

Desde mi perspectiva, la mejor solución no es la indicada ni por los independentistas catalanes ni por los nacionalistas españoles, sino la conocida como tercera vía. Un resultado fruto del pacto y no de la imposición. Mi alternativa de ayer, hoy y mañana.