Pablo Casado no disfruta ni de un minuto de tranquilidad. El hombre se va a Ceuta a insuflar ánimos a sus hooligans --poniendo verde a Pedro Sánchez, de paso, algo para lo que no le faltan motivos ni a él ni a nadie-- y la prensa le pregunta por la operación Kitchen, el siniestro comisario Villarejo y las trapisondas de María Dolores de Cospedal. Animado por su claque, Casado responde que todo eso no le atañe, que él, como si dijéramos, acaba de llegar al PP y no tiene por qué responsabilizarse de las maniobras orquestales en la oscuridad del pasado (en eso es como los del PDECat o los de Junts x Puchi, quienes, con tal de no rascarse el bolsillo, insisten en que lo del 3% no va con ellos…¡aunque todos llevan metidos en Convergencia desde que Jordi Pujol iba en pantalón corto!). Como Umbral, él ha venido a hablar de su libro, a soltar su rollo, y que no le salgan con inconveniencias que no son de su responsabilidad. Nueva maniobra distractora a añadir a lo del plan para cambiar de sede del partido, como si por abandonar la calle Génova, la roña moral se fuera a quedar allí, enganchada a las paredes.

La relación del señor Casado con la realidad es peculiar y complicada: la ve como le conviene, pero casi todo el mundo se resiste a verla de la misma manera que él. Pongamos por caso la apabullante victoria de IDA (y su fiel MAR, que, como todos sabemos, es la versión pepera de Chucky, el muñeco diabólico): Casado se la tomó como una ayuda fundamental para llegar a la Moncloa, pero algunos tenemos la impresión de que IDA no pretendía facilitarle la próxima presidencia del gobierno, sino soplársela. Lo del cambio de sede es una idea de bombero que no lleva a ningún sitio. Y lo de hacerse el sueco con las pasadas corruptelas del partido tampoco parece que le vaya a servir de mucho. Yo ya entiendo que es para cabrearse: con los indultos de marras, Sánchez le ha puesto en bandeja una operación de acoso y derribo que el hombre pensaba llevar hasta sus últimas consecuencias, pero la prensa decide aguarle la fiesta preguntándole por la señora Cospedal y los papeles de Bárcenas. Lo dicho: a este hombre no se le concede ni un minuto de respiro.

Con un presidente tan venal y oportunista como Sánchez, la vida del líder de la oposición debería ser un largo río tranquilo. El problema es que el PP inspira tan poca confianza como el actual PSOE y ha corrido la voz de que aquello ha sido (¿es?) una cueva de mangantes de los que no hay quien se fíe. Y que el señor Casado, como conducator, deja bastante que desear, limitándose a la palabrería patriotera y a poner cara de yo-no-fui cada vez que se le recuerda algún episodio turbio de ese partido en el que hace como que acaba de llegar y lo que pasara antes no es de su incumbencia. Tras el suicidio de Ciudadanos y el abandono de Iglesias de Podemos, hemos vuelto de facto al bipartidismo, hallándose tanto el PSOE como el PP en un estado moral lamentable: para votarles hay que tener alma de hooligan, hay que ser como la claque de Ceuta o hay que esperar algún beneficio personal de la papeleta que elijas el día de las elecciones.

Tal como va Sánchez por la vida, hoy día, ser el jefe de la oposición en España sería un chollo insuperable, pues el rey de la resiliencia se está convirtiendo en el Netanyahu de la democracia española y cada vez hay más gente, de diferente signo político, que solo aspira a verlo desaparecer de la escena política (incluyendo, para más inri, a muchos miembros de su partido). Hasta Albert Rivera, caso de no haber metido la pata en su momento y haber rechazado una vicepresidencia desde la que habría podido conspirar a gusto, podría aspirar en estos momentos a ganar las elecciones generales. Pero ése no es el caso de Casado porque lee mal la realidad, lo entiende todo al revés (el triunfo de IDA, el cambio de sede, el ponerse a silbar ante preguntas molestas) y no le llega ni a la suela del zapato a su maestro, José María Aznar, sujeto irritante donde los haya, pero con una madera de líder indudable para un amplio sector de la derechona: el pepero que ha vibrado con Aznar no se conforma con un Aznarín.

Yo diría que al PP solo le quedan dos vías por probar si quiere recuperar la presidencia de la nación: la vía Feijóo (versión 2.0 de la vía Rajoy o consagración de la derecha civilizada, según se mire) o la vía Ayuso (palo a quien más nos joda y a llegar a la Moncloa a garrotazos, si es preciso). La vía intermedia que representa el señor Casado no parece que le vaya a llevar muy lejos a la derecha española, cosa que a mí ya me está bien, pero que a esa derecha debería preocuparle muy seriamente.