Salen flores entre las baldosas del paseo de Gracia. Deambulan los jabalíes por las calles vacías de la zona alta de Barcelona. Han sido vistos en Sitges unos delfines. Cuando sales al balcón a las ocho de la tarde para aplaudir a los sanitarios, notas que el aire está más limpio…Si es cierto lo de que no hay mal que por bien no venga, habrá que reconocer que la naturaleza está aprovechando el respiro que le damos para autorregularse (y sin dejar de pensar exclusivamente en sí misma, que es su única seña de identidad, según Schopenhauer). Cuando nos dejen salir a la calle, nos vamos a encontrar, como dirían María Jiménez y el Lichis, un mundo más amable, más humano, menos raro. Según los optimistas, eso nos obligará a adoptar un propósito de enmienda en nuestra relación con el mundo exterior (ya saben, la bienintencionada teoría de que saldremos de ésta reforzados y mejores). Según los pesimistas (y los fatalistas como yo, que sienten compasión por los optimistas y asco por los cenizos), en cuanto salgamos a la calle, se van a enterar las flores, los jabalíes y los delfines de quién manda aquí, pues nos podrá el apetito (de destrucción) y nos pondremos a recuperar el tiempo perdido a una velocidad de vértigo.

Durante este encierro, ya se ven señales de que no todo el mundo está dispuesto a ser mejor de lo que era antes. Nuestros políticos siguen a la greña y los que ocupan el poder desprecian a la oposición y la oposición aprovecha todas las meteduras de pata del gobierno --desorganización general, compra de mascarillas chungas, conatos de silenciar a los discrepantes-- para reunir material dañino con el que poder ganar las próximas elecciones: no le deja pasar ni una, sin descuidar el sutil subtexto de que todo habría ido mejor si ellos hubiesen estado al mando de la nave.

Sánchez y los suyos hacen lo que pueden, dentro de sus limitaciones y de las de su socio de gobierno, que son muchas y notables. Casado solo piensa en desatornillarlo del sillón como sea para sentarse en él por el bien de España (o sea, de la parte de España que piensa como él). Desde la periferia, Quim Torra aprovecha la ocasión para insistir en que la independencia es más necesaria que nunca y asegurar que su, digamos, gobierno lo hace mucho mejor que el de la nación: ¡si hasta ha dado con una manera de contar los muertos de coronavirus que da sopas con onda a la de la OMS! ¡Ya tardan el gobierno español, la Unión Europea y la Organización Mundial de la Salud en rendirse a la inteligencia superior de Oriol Mitjà! Tengo la impresión de que, con toda esta gente, no vamos a salir de la crisis mejor de lo que éramos.

Por su parte, el confinado medio hace lo que puede. Básicamente, comer y beber, como se deduce del auge experimentado por los fabricantes de harina, levadura y bebidas alcohólicas (hasta hay un meme de James Bond con un paquete de levadura Royal en la mano, saliendo de un supermercado, que anuncia la supuesta película CASI NO HAY ROYAL). Mientras unos hacen pan y pasteles, otros se dedican a pimplar, dos actividades igualmente dignas y lógicas. Pero también hay gente que imita a nuestros políticos e intenta envenenar el ambiente: desde el que ensucia el coche de una ginecóloga con la frase Rata contagiosa hasta el que aprovecha el descontrol para no recoger las mierdas del perro, pasando por el que da un recital que nadie le ha pedido desde su balcón aprovechando que tiene un público cautivo del que puede abusar en aras de una solidaridad que no se ve por ninguna parte.

De una manera u otra, todos nos estamos retratando en la actual coyuntura: es lo que tienen las situaciones límite. Unos aprenderán algo de lo que nos está ocurriendo; otros reemprenderán su trayectoria vital y mental exactamente donde la dejaron. Adivinen cual de estos dos colectivos será el más numeroso. Yo, si fuera delfín, ya empezaría a alejarme de la costa. Por si acaso.