Un reciente artículo de Javier Cercas en el diario El País, con cuyo contenido me sentí completamente identificado, ha soliviantado por igual a la masa borreguil que vota al PSOE manque pierda (la vergüenza) y a la derechona. Los representantes de la primera, sanchistas de pro, han acusado al escritor prácticamente de ser un traidor a la sagrada causa del progresismo y de estarse acercando peligrosamente a las fuerzas de la reacción, pese a que Cercas hacía extensivo su asco ante el actual PSOE a los partidos de la oposición; los de la segunda, lo tildan de tonto útil que cree en la superioridad moral de la izquierda y se resiste a depositar su confianza en el PP, que es lo que debe hacer, según ellos, la gente de bien.
Cercas es un amigo, lo reconozco, pero, aunque no lo fuera, seguiría estando de acuerdo con lo que decía en su columna, que hablaba en nombre, diría yo, de los muchos votantes usuales de la izquierda que nos sentimos huérfanos de representación tras la deriva oportunista del actual presidente del Gobierno, capaz de pactar hasta con el ectoplasma de Charles Manson con tal de conservar su puesto de trabajo.
No es que antes el PSOE fuese el sueño húmedo del progresismo fetén, pero lo de Sánchez es de juzgado de guardia. A los catalanes no independentistas, el PSOE nos dejó tirados varias veces a través de su franquicia en la república que no existe, el PSC, siempre tan comprensivo con los delirios de los lazis, y algo parecido hizo el PP en cuanto tuvo ocasión, por mucho que sus mandamases se llenaran la boca con la unidad de España y la defensa de la Constitución (recientemente, pese a sus quejas e indignaciones, también mantuvieron contactos con Cocomocho para ver si les bendecía un posible gobierno alternativo, así que menos lobos, Caperucita Feijóo).
A los catalanes que sufrimos al lazismo en vivo y en directo nos han vendido en innumerables ocasiones desde el PSC. Ahora, además, nos venden desde el PSOE, confundiendo por interés a los independentistas con el grueso de la población. Ante tal evidencia, me parece normal que alguien como Cercas se rebote y se dé de baja del partido al que lleva votando toda la vida. Lo que no es normal es lo que le pide la derechona, que es enmendar sus supuestos errores de juventud pasándose con armas y bagajes al PP. Cercas sigue siendo un tipo de izquierdas. Los que han dejado de serlo son Sánchez y su pandilla de sicofantes, los que le deben el cargo.
Dejar de votar al PSOE para pasarse al PP sería actualmente una muestra de contumacia en el error: no vas a dejar de ser de izquierdas porque tus supuestos representantes se estén pasando por el forro lo que esperas de ellos. Simplemente, te rebotas, te sublevas, te sientes traicionado y consideras seriamente la posibilidad de abstenerte en las elecciones. Le ha pasado a Cercas, me ha pasado a mí y supongo que le está pasando a mucha más gente. Y a todos nos gustaría que hubiera una alternativa al PSOE, posibilidad que, de momento, se encuentra en estado embrionario. Lo cual no ha impedido que las iniciativas en ese sentido hayan empezado ya a ser boicoteadas, ridiculizadas y basureadas desde la derecha y la (supuesta) izquierda sin esperar a ver si fructifican o si consiguen elaborar un discurso razonable.
Ciertamente, la cosa no se prevé sencilla. Está aún muy fresco el estúpido suicidio de Ciudadanos y no se sabe si los esfuerzos de Jordi Cañas por devolver al partido a sus orígenes socialdemócratas tienen muchos visos de verosimilitud. Conozco y aprecio a Cañas y sé que hará lo que pueda, pero después de que Rivera purgara a conciencia al sector izquierdista de Ciudadanos con la esperanza absurda de ser califa en el lugar del califa (es decir, sustituir al PP en el liderazgo de la derecha nacional), lo más normal es que dicho sector esté quemado no, lo siguiente, y no vea en la presunta refundación del partido más que un mero intento de salvar los muebles (o los cargos). Por si acaso, desde el PSOE y el PP ya están zurrando convenientemente a Cañas, y más que lo zurrarán si la jugada le (¿nos?) sale mínimamente bien.
Parecida suerte está corriendo el nuevo partido Izquierda Española, creado, como Ciudadanos al principio, por rebotados del socialismo a los que no les convence el rumbo oportunista del PSOE. Personalmente, un partido de izquierdas que no quiera saber nada de los nacionalistas me sigue pareciendo tan necesario como cuando nació Ciutadans en Barcelona, pero nuestros adalides del bipartidismo ya están presagiando la irrupción de una pandilla de fachas camuflados o de tibios reformistas que se resisten a ver la luz que emana de la derechona, dependiendo de si comen de Sánchez o de Núñez Feijóo. Ciudadanos está calentando para salir e Izquierda Española se acaba de inventar, pero ya hay un montón de interesados agoreros deseándoles lo peor.
Reconozco que, en el sector socialdemócrata, yo estoy tan quemado como el que más, pero me resisto a creer que mi única opción política consista en elegir entre Sánchez y Feijóo. Agradezco las iniciativas de los dos partidos recién citados, pero tampoco me voy a poner a reírles las gracias antes de comprobar si tienen alguna. Los huérfanos de representación política solo podemos esperar y ver, pues no experimentamos de momento la euforia del que cree que va a ser salvado de un naufragio. Y los que estén tan a gusto con el PSOE de Sánchez o el PP de Feijóo, que lo disfruten (especialmente, los que pillan algo a cambio). O, mejor dicho, que con su pan se lo coman.
Los huerfanitos podemos soportar, como supongo hace Cercas, las acusaciones sanchistas de habernos pasado al facherío y la actitud perdonavidas de los del PP, que nos consideran medio tontos por negarnos a reconocer su superioridad moral. Se pongan todos como se pongan, seguiremos esperando la aparición de una fuerza de izquierdas merecedora de tal nombre. Y si no llega, no sé lo que hará mi amigo Javier, pero yo me quedo en casa el día de las elecciones y santas pascuas, que ya tengo una edad.