El prodigioso cacumen de Chis Torra produce ideas peregrinas a cascoporro. Gobernar la Cataluña real es una posibilidad que no contempla, pero elaborar planes absurdos para un futuro que no llegará nunca es algo que domina y por eso le dedica lo mejor de su tiempo. Nada más volver de Waterloo —donde ha rendido pleitesía una vez más al Gurú Maharapuchi, líder indiscutible de la Secta Amarilla, y ha asistido al nacimiento del Consejo de la República (¿qué república?)— se ha sacado de la manga el Consejo Asesor para la creación de un Fórum que algún día dará origen a un Proceso Constituyente que, en una fecha no determinada del siglo XXIII, redactará la constitución de la república catalana.

Como ven, la cosa va para largo. Se podría saltar los tres primeros pasos y ponerse ya con la constitución, pero Torra es consciente de cómo se acaba si te pones a redactar constituciones sin que nadie te lo haya pedido (¿alguien sabe qué ha sido del juez Vidal?) Así pues, el hombre pone en marcha otra de sus iniciativas inútiles y considera que ha empleado muy bien el día y que se ha vuelto a ganar ese sueldo que él mismo se subió no hace mucho porque no había manera de llegar dignamente a fin de mes.

Al frente del flamante Consejo Asesor ha colocado a Lluís Llach, que da mucho tronío. Y ya tarda en fichar a Ramón Cotarelo, aunque puede que el hecho de que no se cobra impida que esta lumbrera se apunte al asunto (ya sabemos cómo se pone el señorito cuando lo instalan en un hotel indigno de su prosapia). Suena Bea Talegón, aunque nos podemos encontrar con el mismo problema que en el caso Cotarelo. En fin, siempre se puede cobrar en especies y en promesas de algún chollo: seguro que, al final, hay overbooking.

Se supone que, bajo la atenta y sabia mirada del autor de L'estaca, un puñado de patriotas se va a tirar unos cuantos meses hablando de lo que más le conviene a Cataluña. Después del Consejo (que no sirve para nada), vendrán el Fórum (que tampoco) y el Proceso Constituyente (que no podrá constituir nada si los conjurados no quieren acabar en el talego), y después, la Constitución, que deberá ser de autoría anónima para evitar el destino del juez Vidal y que no se aplicará jamás. Pero lo importante es que, para entonces, ya habrá pasado un año y Torra se habrá entretenido un poco, que es de lo que se trata.

Chis Torra demuestra a diario que la política no es el arte de lo posible, sino de lo imposible. La vida nos aburre a todos, pero sólo él ha conseguido vivir en una realidad alternativa que le resulta mucho más estimulante. Gracias a Torra, la Cataluña ficticia vive unos tiempos gloriosos: dos presidentes por el precio de uno, un Consejo de una república que no existe para que se entretengan unos cuantos prófugos de la justicia, un proceso interminable para alumbrar una constitución que nadie se atreverá a firmar, una independencia que está al caer pero que no llega nunca, una reprobación a un monarca que ni se da por enterado... Gestos, gestos y más gestos para eludir ese mandato popular que le obliga a implementar la república y que sea lo que Dios quiera. Pero como el mandato popular tampoco existe, pues todo da un poco lo mismo, ¿no? ¿Para qué arriesgarte a perder la libertad y el patrimonio en el mundo real cuando estás tan a gusto en el que te has inventado?