Los independentistas tienen un corazón que no les cabe en el pecho. De lo cual, ellos deducen, con su peculiar sentido de la lógica, que los no independentistas somos unas alimañas carentes de sentimientos, de escrúpulos y de todo aquello que nos define como seres humanos. Solo ellos tienen derecho al llanto y al gimoteo: la mitad de Cataluña a la que le han hecho la vida imposible desde hace años no tiene derecho a nada que no sea callarse y darles la razón. Desde los encarcelamientos de medio ex Govern, se han prodigado las lagrimitas. Puede que el beato Junqueras, hasta ahora el llorón oficial del régimen, se controle más que antes y se limite a colgar fotos en las redes en las que se le ve abrazando a un hijo de corta edad --nueva versión del mantra "yo soy muy buena persona"--, pero le han salido émulos de categoría: todos hemos visto gimotear a Marta Rovira en un mitin y llorar a Carme Forcadell mientras la aplaudían sus esbirros del Parlament.

Lloran tras el bofetón judicial recibido, pero nunca las vimos hacerlo cuando se pasaban por el forro a toda la oposición para imponer su criterio. Seguro que más de una madre asediada por sus vecinos por atreverse a pedir algunas horas más de castellano en la escuela ha llorado también, ¡y de rabia!, pero las lágrimas del opresor no deben tomarse en cuenta: ¡que se joda la muy colona!

Sería muy de agradecer que Rovira, Forcadell y demás seres de luz que quieran apuntarse al gimoteo llegasen llorados de casa y encajaran como adultos las consecuencias de sus actos

Ya sé que es mucho pedir, pero estaría bien que los indepes aprendieran a separar la vida privada de la pública. También el general Franco, ese personaje al que tanto parecen echar de menos, quería con locura a sus nietecitos, pero eso no le impedía firmar sentencias de muerte, enviar al trullo al que se le ponía de canto y, en general, amargarle la vida a más de la mitad de sus compatriotas. Así pues, sería muy de agradecer que Rovira, Forcadell y demás seres de luz que quieran apuntarse al gimoteo llegasen llorados de casa y encajaran como adultos las consecuencias de sus actos. Pero lo veo difícil, francamente, ya que se consideran la encarnación de la bondad, de la democracia y de todo tipo de conceptos nobles que entienden a su manera.

Corre por ahí un tuit del beato Junqueras que resume a la perfección el cretinismo moral que impera entre los indepes. Es ése en el que, ante las elecciones del 21 de diciembre, el ex vicepresidente de la Generalitat exhorta a que las fuerzas del bien se impongan sobre las del mal. A ver, Oriol, ¿estamos comentando unas elecciones o la próxima entrega de Star Wars? ¿Es propio semejante razonamiento de un político normal (suponiendo que los políticos sean personas normales)? Yo diría que no, pero resulta hasta lógico en alguien convencido de que para hacerse cargo de la economía de una comunidad no es necesario tener la más mínima idea del asunto, pues basta con ser una buena persona. O con creérselo, como es el caso.